«¿DE QUIÉN SON LOS LAMENTOS?»
por Carlos Rey
Máximo Santos y Pedro Antonio Pérez, obreros de la República Dominicana, pasaron juntos muchas horas bebiendo botellas de vino. Pero jamás se imaginaron, ni siquiera en sus pesadillas más horribles, que un día morirían ahogados en un tonel de treinta mil litros de esa bebida, en la destilería donde trabajaban. La policía informó que los infortunados obreros cayeron de una alta escalera dentro de un tonel, y que fue imposible rescatarlos con vida.
Este accidente de trabajo simboliza la vida de muchas personas. ¡Cuántos hay que naufragan día tras día en un lago de alcohol y borrachera! El licor, sea rojo, blanco o de cualquier color, es un lago mortal en el que muchos sepultan su inteligencia, su honor y su destino.
El licor ofrece un efímero escape a los problemas de la vida. Una embriaguez de alcohol puede, por un momento, adormeciendo la conciencia, hacer creer a la persona que se ha esfumado el drama de su vida; pero la deja en peores condiciones que antes, con nuevos y mayores problemas, y con menos fuerzas morales para soportar la carga.
Millones de hombres y mujeres caen cada día en un tonel lleno de alcohol, donde diluyen por completo su capacidad de tomar decisiones sabias. Al hacerlo, caen también en un círculo vicioso: caen como resultado de la insensata decisión de acercarse demasiado al licor, y vuelven a caer con más facilidad al perder la capacidad de pensar con claridad. En ese estado se les hace imposible levantarse y sobreponerse a los contratiempos de la vida. Nadie resuelve sus problemas huyendo de la realidad y hundiéndose en el vicio, sino sólo afrontando con valor todas las luchas con plena fe en Dios.
Para vencer los obstáculos de esta vida necesitamos lo que ninguna bebida alcohólica puede garantizarnos. Necesitamos estar en pleno uso de nuestras facultades. Por eso el sabio Salomón, que sabía lo que era entregarse al vino,1 llega a esta conclusión en uno de sus proverbios: «El vino lleva a la insolencia, y la bebida embriagante al escándalo; ¡nadie bajo sus efectos se comporta sabiamente!»2 Y por eso, también en el libro de los Proverbios, se hace eco de sus palabras en el siguiente pasaje, que forma parte de los treinta dichos de los sabios:
¿De quién son los lamentos? ¿De quién los pesares?
De quién son los pleitos? ¿De quién las quejas?
De quién son las heridas gratuitas?
De quién los ojos morados?
¡Del que no suelta la botella de vino
ni deja de probar licores!
No te fijes en lo rojo que es el vino,
ni en cómo brilla en la copa,
ni en la suavidad con que se desliza;
porque acaba mordiendo como serpiente
y envenenando como víbora.3
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