CON LA MUERTE EN LAS ENTRAÑAS
por Carlos Rey
Ocurrió en agosto de 1974, en el aeropuerto internacional Jorge Chávez de Lima, Perú. La gente entraba y salía, con el nerviosismo propio de un aeropuerto, cuando de pronto un hombre corpulento, de tez bronceada, lanzó un grito desgarrador y cayó al suelo echando espumarajos. Mientras se retorcía de dolor, atormentado por las convulsiones, las autoridades del aeropuerto llamaron una ambulancia. En cuestión de segundos su rostro se puso blanco como la cera.
Se trataba de Curtis Melvin Carnes, norteamericano de veintisiete años de edad, oriundo de la ciudad de Austin, capital del estado de Texas en los Estados Unidos. Lo llevaron de emergencia al hospital, pero ya era demasiado tarde. Falleció poco después de haber entrado en la sala de operaciones.
Al hacerle la autopsia, los médicos forenses casi no podían creer lo que estaban viendo. Había en el estómago de aquel individuo 123 bolsitas de plástico que contenían 335 gramos de clorhidrato de cocaína.
La muerte del contrabandista se debió a un edema pulmonar por intoxicación, al reventarse doce de las bolsas en su estómago. Esta tragedia fue el inicio de una investigación minuciosa cuyo fin era desmantelar las actividades de una bien montada banda internacional de narcotraficantes.
Días después las autoridades detuvieron a otro norteamericano, llamado Thomas Wolfe, universitario de veintitrés años, a quien ingresaron en un hospital, donde expulsó veintitrés bolsitas de plástico, también llenas de droga.
¿Qué hace que una persona se disponga a llevar la muerte misma en las entrañas? Una cosa es ingerir la droga en pequeñas dosis, y otra es llevarla dentro en dosis letales. Y sin embargo se han visto muchos casos de individuos que han corrido el enorme riesgo de tragarse ese veneno en bolsitas plásticas a fin de llevarlo de contrabando dentro del cuerpo.
Para los que pensamos que esto no tiene nada que ver con nosotros, tal vez nos convenga volver a pensarlo. Aunque no llevemos ninguna droga por dentro, es posible que sí llevemos otra clase de veneno en las entrañas. ¿Acaso no son el odio y el resentimiento, la codicia y los celos, venenos que tarde o temprano nos consumirán si no los eliminamos a tiempo?
Si llevamos ese veneno en las entrañas, más vale que le pidamos a Dios que saque de nuestro corazón toda bolsa de veneno mortal antes de que estalle en nosotros. Para eso envió Él a su Hijo Jesucristo al mundo: para limpiarnos de todo lo que nos contamina.
www.conciencia.net
domingo, 31 de mayo de 2009
viernes, 29 de mayo de 2009
Un Mensaje a la Conciencia
«ERROR HUMANO, DESCUIDO Y NIEBLA»
por el Hermano Pablo
Uno era un Boeing 727 de Iberia. El otro era un DC-9 de Aviaco. Ambos estaban cargados de pasajeros, y ambos corrían por la misma pista. Era la pista de despegue en el aeropuerto de Madrid, capital de España.
Pero los dos aviones de pasajeros no corrían en el mismo sentido, sino que cruzaron sus líneas. La colisión que se produjo fue fatal. Del terrible choque resultaron muertas noventa y tres personas, tanto del Boeing como del DC-9. Fue uno de los más graves accidentes ocurridos en Madrid en el siglo veinte. ¿La causa? «Error humano, descuido y niebla cegadora», anunciaron los diarios.
Hay en realidad pocos accidentes de aviación en comparación con los miles de vuelos que se realizan todos los días alrededor del mundo. Pero cada vez que hay un accidente grave, la prensa mundial conmueve la opinión pública. Y casi siempre la causa de estos accidentes que cuestan centenares de vidas humanas se atribuye al descuido, a la imprevisión o a la falta de señales adecuadas. En ese accidente de Madrid, la causa fue una niebla cegadora, que apenas dejaba ver, y una falla en la torre de control que le dio pista a dos grandes aviones al mismo tiempo.
Así como sucede con los accidentes aéreos, podríamos decir que las demás tragedias que perjudican a las personas, afectan los matrimonios y destruyen los hogares se deben también a «error humano, descuido y niebla» que enceguece.
Pongamos por ejemplo un matrimonio que llega al juzgado para ponerle fin a su relación conyugal. ¿Cuáles son las causas que han provocado el divorcio? En demasiados casos, error humano, de él o de ella, al entregarse a un amor prohibido.
Y descuido. Descuido de los votos solemnes que se hicieron al comienzo de su vida matrimonial. Descuido de las eternas leyes de Dios. Descuido del amor, de la comunicación y del compañerismo imprescindibles entre esposo y esposa para mantener la unidad y la felicidad.
Y niebla cegadora. Niebla de falsos conceptos del amor. Niebla de la conciencia, que no le importa hacer el mal. Niebla que enceguece, de una mala moral cuya sola base es el egoísmo.
Para evitar semejantes tragedias, necesitamos un Salvador, un Señor y un Maestro que nos ponga en el carril adecuado, nos mantenga en una línea recta de conducta y nos provea una sólida fuerza moral. Necesitamos a Jesucristo, único Maestro, Señor y Salvador. Por Él, y con Él, podemos evitar la desgracia.
www.conciencia.net
por el Hermano Pablo
Uno era un Boeing 727 de Iberia. El otro era un DC-9 de Aviaco. Ambos estaban cargados de pasajeros, y ambos corrían por la misma pista. Era la pista de despegue en el aeropuerto de Madrid, capital de España.
Pero los dos aviones de pasajeros no corrían en el mismo sentido, sino que cruzaron sus líneas. La colisión que se produjo fue fatal. Del terrible choque resultaron muertas noventa y tres personas, tanto del Boeing como del DC-9. Fue uno de los más graves accidentes ocurridos en Madrid en el siglo veinte. ¿La causa? «Error humano, descuido y niebla cegadora», anunciaron los diarios.
Hay en realidad pocos accidentes de aviación en comparación con los miles de vuelos que se realizan todos los días alrededor del mundo. Pero cada vez que hay un accidente grave, la prensa mundial conmueve la opinión pública. Y casi siempre la causa de estos accidentes que cuestan centenares de vidas humanas se atribuye al descuido, a la imprevisión o a la falta de señales adecuadas. En ese accidente de Madrid, la causa fue una niebla cegadora, que apenas dejaba ver, y una falla en la torre de control que le dio pista a dos grandes aviones al mismo tiempo.
Así como sucede con los accidentes aéreos, podríamos decir que las demás tragedias que perjudican a las personas, afectan los matrimonios y destruyen los hogares se deben también a «error humano, descuido y niebla» que enceguece.
Pongamos por ejemplo un matrimonio que llega al juzgado para ponerle fin a su relación conyugal. ¿Cuáles son las causas que han provocado el divorcio? En demasiados casos, error humano, de él o de ella, al entregarse a un amor prohibido.
Y descuido. Descuido de los votos solemnes que se hicieron al comienzo de su vida matrimonial. Descuido de las eternas leyes de Dios. Descuido del amor, de la comunicación y del compañerismo imprescindibles entre esposo y esposa para mantener la unidad y la felicidad.
Y niebla cegadora. Niebla de falsos conceptos del amor. Niebla de la conciencia, que no le importa hacer el mal. Niebla que enceguece, de una mala moral cuya sola base es el egoísmo.
Para evitar semejantes tragedias, necesitamos un Salvador, un Señor y un Maestro que nos ponga en el carril adecuado, nos mantenga en una línea recta de conducta y nos provea una sólida fuerza moral. Necesitamos a Jesucristo, único Maestro, Señor y Salvador. Por Él, y con Él, podemos evitar la desgracia.
www.conciencia.net
miércoles, 27 de mayo de 2009
Un Mensaje a la Conciencia
AHORA TE TOCA EL TURNO A TI, CUATE»
por el Hermano Pablo
«Ahora te toca el turno a ti, cuate.» La frase, trivial y amistosa, la expresó así, desaprensivamente y entre risas. Y tanto José Hernández Rodríguez, policía de la ciudad de México, como también sus compañeros policías, se rieron.
No se trataba de un turno para tomar un trago más. Ni era un turno para echar de nuevo los dados. No era turno tampoco para poner en marcha el auto policial y salir a hacer un recorrido nocturno. El turno para José, hombre casado de treinta y cuatro años de edad y con cinco hijos, era el de jugar a la ruleta rusa. Y él, creyendo todavía que era algo divertido, se puso el arma en la sien y disparó.
No hace falta terminar la crónica. José Hernández Rodríguez, policía de México, murió jugando a la ruleta rusa con el arma de la repartición, en medio de sus compañeros. Lo que lo movió a entrar al juego mortal con esa desastrosa consecuencia, para él y para su familia, fue la frase: «Ahora te toca el turno a ti, cuate.»
Así procede el maligno cuando busca destruir una vida. Se acerca al oído de un jovencito de doce años y le dice: «Ahora te toca el turno a ti; ¡aprovéchalo!» Y el chico, sin saber que la consecuencia lo destruirá, da su primera aspirada de cocaína. Se acerca al oído de la jovencita incauta y le dice: «Ahora te toca el turno a ti, linda.» Y la chica accede a probar lo que es el amor, con la desastrosa consecuencia de un embarazo a los catorce años, que la deja manchada y confundida el resto de su vida.
Se acerca al oído del atildado y respetado caballero, gran hombre de negocios, y le dice insidiosamente: «Ahora te toca el turno a ti, hombre; ¿qué esperas?» Y el caballero entra en el negocio sucio pensando hacer millones, y lo que saca es un proceso por estafa, y la ruina física, económica y moral.
La tentación siempre hace el mismo juego y casi siempre sale bien. Pone una oportunidad de desliz ante una persona cualquiera y le dice: «Ahora te toca a ti.» Y esa sola frase, aun en voz queda, tiene la fuerza de un Iguazú.
Sin embargo, entre las voces que arrastran al ser humano, no todas lo llevan a la derrota. Cristo también se acerca a cada persona y le dice: «Ahora te toca a ti.» Y es como si dijera: «Esta es la oportunidad de cambiar el rumbo de tu vida, de enmendar tus caminos, de regenerarte por completo, de ser una nueva persona.»
Jesucristo le da sentido a la vida. Él le da propósito a nuestra existencia en esta tierra. Y nos dice con urgencia: «Ahora te toca a ti. Reconcíliate conmigo. Hazlo ahora, ahora mismo.» No rechacemos el llamado de Dios. Él desea poner en orden todo lo negro y confuso de nuestra vida. Entreguémosle nuestro corazón.
por el Hermano Pablo
«Ahora te toca el turno a ti, cuate.» La frase, trivial y amistosa, la expresó así, desaprensivamente y entre risas. Y tanto José Hernández Rodríguez, policía de la ciudad de México, como también sus compañeros policías, se rieron.
No se trataba de un turno para tomar un trago más. Ni era un turno para echar de nuevo los dados. No era turno tampoco para poner en marcha el auto policial y salir a hacer un recorrido nocturno. El turno para José, hombre casado de treinta y cuatro años de edad y con cinco hijos, era el de jugar a la ruleta rusa. Y él, creyendo todavía que era algo divertido, se puso el arma en la sien y disparó.
No hace falta terminar la crónica. José Hernández Rodríguez, policía de México, murió jugando a la ruleta rusa con el arma de la repartición, en medio de sus compañeros. Lo que lo movió a entrar al juego mortal con esa desastrosa consecuencia, para él y para su familia, fue la frase: «Ahora te toca el turno a ti, cuate.»
Así procede el maligno cuando busca destruir una vida. Se acerca al oído de un jovencito de doce años y le dice: «Ahora te toca el turno a ti; ¡aprovéchalo!» Y el chico, sin saber que la consecuencia lo destruirá, da su primera aspirada de cocaína. Se acerca al oído de la jovencita incauta y le dice: «Ahora te toca el turno a ti, linda.» Y la chica accede a probar lo que es el amor, con la desastrosa consecuencia de un embarazo a los catorce años, que la deja manchada y confundida el resto de su vida.
Se acerca al oído del atildado y respetado caballero, gran hombre de negocios, y le dice insidiosamente: «Ahora te toca el turno a ti, hombre; ¿qué esperas?» Y el caballero entra en el negocio sucio pensando hacer millones, y lo que saca es un proceso por estafa, y la ruina física, económica y moral.
La tentación siempre hace el mismo juego y casi siempre sale bien. Pone una oportunidad de desliz ante una persona cualquiera y le dice: «Ahora te toca a ti.» Y esa sola frase, aun en voz queda, tiene la fuerza de un Iguazú.
Sin embargo, entre las voces que arrastran al ser humano, no todas lo llevan a la derrota. Cristo también se acerca a cada persona y le dice: «Ahora te toca a ti.» Y es como si dijera: «Esta es la oportunidad de cambiar el rumbo de tu vida, de enmendar tus caminos, de regenerarte por completo, de ser una nueva persona.»
Jesucristo le da sentido a la vida. Él le da propósito a nuestra existencia en esta tierra. Y nos dice con urgencia: «Ahora te toca a ti. Reconcíliate conmigo. Hazlo ahora, ahora mismo.» No rechacemos el llamado de Dios. Él desea poner en orden todo lo negro y confuso de nuestra vida. Entreguémosle nuestro corazón.
martes, 26 de mayo de 2009
Un Mensaje a la Conciencia
26 mayo 09
de nuestro puño y letra
EL HUÉRFANO Y LA VIUDA
por Carlos Rey
—Mamá, Luis eh... huérfano, ¿verdad? No eh hijo suyo...
—¡Luis eh mihijo[, Juanita]! ¡Eh mihijo!
—Sí, mamá, ya sé. Eh como si fuera su hijo. Pero eh hijo de mi padre y de....
—¿Y tú, cómo lo supihte[, Juanita]?
—En el barrio la gente hablaba...
—Y te lo tenían que decir a ti. ¡La gente eh mala, mala!
—¿Y qué mah da? Yo soy mujer, mamá. Entiendo de ehtah cosah. A máh que no importa. Luis eh mi hermano. Siempre ha sío mi hermano. Aunque él no lo sepa, yo...
—¡Pero lo sabe[, Juanita]! ¡Eso eh lo tremendo, que lo sabe!
—¿Lo sabe?
—Sí, nunca me lo ha dicho. Esah cosah no hay que decirla. Pero lo sabe. Y me quiere máh por eso.... ¿Por qué tú creeh que se ehtasaja trabajando como un animal? Porque quiere darme la felisidá a la brava. Porque piensa que pa mí la felisidá eh tener cosah que anteh yo no tenía. ¡Pobre hijo mío! ¡Qué poquito sabe de la felisidá!
—¿Y por qué no habla con él[, mamá]?
—¿Y qué voy a desirle? Tengo mieo de que puea adivinar máh de la cuenta.
—Pero él ya sabe...
—Lo que él adivina no eh máh que la mitad. Pero no sabe la verdá, toa la verdá.
—¿Qué verdá, mamá?
—Juanita, ehto no lo sabe nadie. Ni siquiera la mala gente del barrio. Y Luis no debe saberlo. No debe saberlo nunca.
—No lo sabrá, mamá. Se lo juro por Dióh Santísimo.
—Tu pae tuvo una quería anteh de casarse conmigo. Poco dehpuéh del casorio me dijo que tenía... un hijo de ella, que si yo quería criarlo él lo reconosería y le daría nombre. Le dije que sí. Lo trajo y lo bautisamoh como si fuera nuehtro. La mujer aquella se enquerió con otro, y un día me la encontré en el pueblo. Me dijo entonseh una cosa tremenda. Que Luis no era hijo de mi marío, que ella ehtaba ensinta cuando conoció a mi hombre. Dende entonseh toa mi vida la dediqué a evitar que el difunto se enterara de la verdá. Porque pa él, con lo agentao y pretensioso que era con lah mujereh, eso hubiera sío un gorpe terrible. Y murió sin saberlo. Murió queriendo a Luis máh que a ninguno de uhtedeh.
—¡Mamá, uhté eh una santa!
—¡Una santa! ¡Una santa! Si hubiera sío una santa hubiera podío jaser el milagro de darle la felisidá a ese hijo mío. Hubiera podío jaser que no sintiera la farta de una madre. Pero Luis siempre ha sío un huéfano. ¿No lo veh perdío en ehte mundo que no eh el dél? ¿No te dah cuenta que se la pasa buhcando, como un cabrito perdío que no encuentra a su madre?
—¿Será eso lo que buhca..., mamá?
—No sé[, Juanita]. No sé. Sólo sé que se me ehtá volviendo loco. Loco de pena porque no encuentra lo que buhca.1
En este drama puertorriqueño que lleva por título La carreta, el autor René Marqués presenta con notable fidelidad a las mujeres de la familia campesina que lo protagonizan, entre las que se destaca la madre de cincuenta años. Es extraordinaria y conmovedora la ternura con que Doña Gabriela trata a Luis, su hijo de crianza. Sólo le falta comprender que el Dios Santísimo, por el que jura su hija Juanita, es lo que Luis busca, sin encontrarlo. Porque Dios es padre del huérfano,2 y se compadece de él y lo ayuda.3 El Padre celestial defiende la causa del huérfano y de la viuda, y los sostiene.4
1 René Marqués, La carreta (San Juan, Puerto Rico: Editorial Cultural, 1983), pp. 160‑62.
2 Sal 68:5
3 Os 14:3; Sal 10:14
4 Dt 10:18; Sal 68:5; 146:9
de nuestro puño y letra
EL HUÉRFANO Y LA VIUDA
por Carlos Rey
—Mamá, Luis eh... huérfano, ¿verdad? No eh hijo suyo...
—¡Luis eh mihijo[, Juanita]! ¡Eh mihijo!
—Sí, mamá, ya sé. Eh como si fuera su hijo. Pero eh hijo de mi padre y de....
—¿Y tú, cómo lo supihte[, Juanita]?
—En el barrio la gente hablaba...
—Y te lo tenían que decir a ti. ¡La gente eh mala, mala!
—¿Y qué mah da? Yo soy mujer, mamá. Entiendo de ehtah cosah. A máh que no importa. Luis eh mi hermano. Siempre ha sío mi hermano. Aunque él no lo sepa, yo...
—¡Pero lo sabe[, Juanita]! ¡Eso eh lo tremendo, que lo sabe!
—¿Lo sabe?
—Sí, nunca me lo ha dicho. Esah cosah no hay que decirla. Pero lo sabe. Y me quiere máh por eso.... ¿Por qué tú creeh que se ehtasaja trabajando como un animal? Porque quiere darme la felisidá a la brava. Porque piensa que pa mí la felisidá eh tener cosah que anteh yo no tenía. ¡Pobre hijo mío! ¡Qué poquito sabe de la felisidá!
—¿Y por qué no habla con él[, mamá]?
—¿Y qué voy a desirle? Tengo mieo de que puea adivinar máh de la cuenta.
—Pero él ya sabe...
—Lo que él adivina no eh máh que la mitad. Pero no sabe la verdá, toa la verdá.
—¿Qué verdá, mamá?
—Juanita, ehto no lo sabe nadie. Ni siquiera la mala gente del barrio. Y Luis no debe saberlo. No debe saberlo nunca.
—No lo sabrá, mamá. Se lo juro por Dióh Santísimo.
—Tu pae tuvo una quería anteh de casarse conmigo. Poco dehpuéh del casorio me dijo que tenía... un hijo de ella, que si yo quería criarlo él lo reconosería y le daría nombre. Le dije que sí. Lo trajo y lo bautisamoh como si fuera nuehtro. La mujer aquella se enquerió con otro, y un día me la encontré en el pueblo. Me dijo entonseh una cosa tremenda. Que Luis no era hijo de mi marío, que ella ehtaba ensinta cuando conoció a mi hombre. Dende entonseh toa mi vida la dediqué a evitar que el difunto se enterara de la verdá. Porque pa él, con lo agentao y pretensioso que era con lah mujereh, eso hubiera sío un gorpe terrible. Y murió sin saberlo. Murió queriendo a Luis máh que a ninguno de uhtedeh.
—¡Mamá, uhté eh una santa!
—¡Una santa! ¡Una santa! Si hubiera sío una santa hubiera podío jaser el milagro de darle la felisidá a ese hijo mío. Hubiera podío jaser que no sintiera la farta de una madre. Pero Luis siempre ha sío un huéfano. ¿No lo veh perdío en ehte mundo que no eh el dél? ¿No te dah cuenta que se la pasa buhcando, como un cabrito perdío que no encuentra a su madre?
—¿Será eso lo que buhca..., mamá?
—No sé[, Juanita]. No sé. Sólo sé que se me ehtá volviendo loco. Loco de pena porque no encuentra lo que buhca.1
En este drama puertorriqueño que lleva por título La carreta, el autor René Marqués presenta con notable fidelidad a las mujeres de la familia campesina que lo protagonizan, entre las que se destaca la madre de cincuenta años. Es extraordinaria y conmovedora la ternura con que Doña Gabriela trata a Luis, su hijo de crianza. Sólo le falta comprender que el Dios Santísimo, por el que jura su hija Juanita, es lo que Luis busca, sin encontrarlo. Porque Dios es padre del huérfano,2 y se compadece de él y lo ayuda.3 El Padre celestial defiende la causa del huérfano y de la viuda, y los sostiene.4
1 René Marqués, La carreta (San Juan, Puerto Rico: Editorial Cultural, 1983), pp. 160‑62.
2 Sal 68:5
3 Os 14:3; Sal 10:14
4 Dt 10:18; Sal 68:5; 146:9
lunes, 25 de mayo de 2009
Un Mensaje a la Conciencia
25 mayo 09
NO SOPORTAR EL DESPRESTIGIO
por el Hermano Pablo
Durante casi todo un mes el hombre llevó en el bolsillo una cajita de lata que contenía tres pastillas. Al preguntársele para qué las tenía, respondía: «Para el dolor de cabeza», o si no: «Para aliviar la tensión.»
Día tras día, mientras iba al tribunal donde se estaba considerando su caso, Donaldo Santos, de São Paulo, Brasil, llevó su cajita en el bolsillo. Cuando por fin el jurado pronunció el veredicto: «¡Culpable!», Donaldo, sereno y tranquilo, pidió un vaso con agua, y de un solo sorbo tomó las tres píldoras. Casi en seguida cayó al suelo. Las pastillas no eran simple aspirina; eran de cianuro.
Donaldo Santos, de cincuenta y tres años de edad y poseedor de fortuna y prestigio social, había cometido un delito que lo mandaría a la cárcel por veinticinco años. De haber sido declarado inocente, nadie jamás hubiera sabido que las pastillas eran de cianuro. Pero cuando lo declararon culpable, sus palabras fueron: «Esto es un remedio para todo.»
Hay hombres que toleran el cometer un delito, y su conciencia poco o nada les dice. Pueden violar las leyes y los dictámenes de su conciencia, y seguir como si nada, disfrutando de la vida. Pero no pueden soportar la pérdida del prestigio social o la de su holgada posición económica. El delito poco importa. Lo que no soportan es la pérdida del prestigio y del bienestar.
Ese es el enorme error de muchos. Por carecer de esa luz roja que se enciende en el alma cuando hay peligro moral, y que se llama «conciencia», siguen adelante con su mal vivir. Viven para el disfrute de la buena vida, con moral o sin ella, con conciencia limpia o sin ella, y perdida la buena vida, se suicidan.
Si lo único que nos interesa es que no se nos descubra, sin importarnos el aspecto moral de nuestra infracción, tarde o temprano tendremos que responder tanto a la ley humana como a la divina. El no hacer el mal debe obedecer a esa inquietud espiritual que todos llevamos dentro, que se llama la ley de Dios. Y esto no sólo como escape a la justicia humana, sino para vivir con la conciencia clara y limpia, sabiendo que estamos bien con nuestro Creador.
Por eso es necesario que arreglemos nuestras cuentas con Dios. Cristo fue a la cruz para librarnos de todo lo malo y ofrecernos una vida nueva. El nuevo corazón que Él nos da nos hace reconocer la importancia de su ley moral. Y cuando nos sometemos a esa ley divina, a la misma vez nos estamos sometiendo a la ley humana. Hagamos de Cristo el Señor de todas nuestras acciones.
NO SOPORTAR EL DESPRESTIGIO
por el Hermano Pablo
Durante casi todo un mes el hombre llevó en el bolsillo una cajita de lata que contenía tres pastillas. Al preguntársele para qué las tenía, respondía: «Para el dolor de cabeza», o si no: «Para aliviar la tensión.»
Día tras día, mientras iba al tribunal donde se estaba considerando su caso, Donaldo Santos, de São Paulo, Brasil, llevó su cajita en el bolsillo. Cuando por fin el jurado pronunció el veredicto: «¡Culpable!», Donaldo, sereno y tranquilo, pidió un vaso con agua, y de un solo sorbo tomó las tres píldoras. Casi en seguida cayó al suelo. Las pastillas no eran simple aspirina; eran de cianuro.
Donaldo Santos, de cincuenta y tres años de edad y poseedor de fortuna y prestigio social, había cometido un delito que lo mandaría a la cárcel por veinticinco años. De haber sido declarado inocente, nadie jamás hubiera sabido que las pastillas eran de cianuro. Pero cuando lo declararon culpable, sus palabras fueron: «Esto es un remedio para todo.»
Hay hombres que toleran el cometer un delito, y su conciencia poco o nada les dice. Pueden violar las leyes y los dictámenes de su conciencia, y seguir como si nada, disfrutando de la vida. Pero no pueden soportar la pérdida del prestigio social o la de su holgada posición económica. El delito poco importa. Lo que no soportan es la pérdida del prestigio y del bienestar.
Ese es el enorme error de muchos. Por carecer de esa luz roja que se enciende en el alma cuando hay peligro moral, y que se llama «conciencia», siguen adelante con su mal vivir. Viven para el disfrute de la buena vida, con moral o sin ella, con conciencia limpia o sin ella, y perdida la buena vida, se suicidan.
Si lo único que nos interesa es que no se nos descubra, sin importarnos el aspecto moral de nuestra infracción, tarde o temprano tendremos que responder tanto a la ley humana como a la divina. El no hacer el mal debe obedecer a esa inquietud espiritual que todos llevamos dentro, que se llama la ley de Dios. Y esto no sólo como escape a la justicia humana, sino para vivir con la conciencia clara y limpia, sabiendo que estamos bien con nuestro Creador.
Por eso es necesario que arreglemos nuestras cuentas con Dios. Cristo fue a la cruz para librarnos de todo lo malo y ofrecernos una vida nueva. El nuevo corazón que Él nos da nos hace reconocer la importancia de su ley moral. Y cuando nos sometemos a esa ley divina, a la misma vez nos estamos sometiendo a la ley humana. Hagamos de Cristo el Señor de todas nuestras acciones.
sábado, 23 de mayo de 2009
Un Mensaje a la Conciencia
RESCATE Y VUELTA A LA VIDA
por el Hermano Pablo
Un domingo, cuando la familia Desmore terminaba su frío paseo a la isla Kodiak y su pequeña embarcación los llevaba de regreso a la Bahía Larson en Alaska, sufrieron un percance. El barco se hundió con Misty, de tres años, una prima, su madre y su abuelo. Los guardacostas pudieron salvar a la madre y a la prima de Misty, pero el abuelo, Archie, de cincuenta años, murió de hipotermia.
Las esperanzas de los esforzados guardacostas no eran muy alentadoras en cuanto a la pequeña Misty, a quien no encontraban, y el tiempo transcurría en forma amenazante. Por fin hallaron a la niña, que flotaba boca abajo en las heladas aguas del Pacífico Norte. Misty había dejado de respirar hacía casi cuarenta minutos.
El doctor Marty, médico de los guardacostas, personalmente succionó casi un litro de agua marina salobre de los pulmones de la niña. En unión de su ayudante, le aplicó la respiración artificial hasta que ella comenzó a respirar por cuenta propia. Fue así como Misty se reanimó casi milagrosamente, y recibió cuidados intensivos en el Hospital Providence de Anchorage.
Es asombroso el increíble rescate y la milagrosa vuelta a la vida de una pequeña de tres años que prácticamente estuvo muerta a merced de las frías aguas del Pacífico. Así como Misty flotaba sin ninguna esperanza, el hombre actual se encuentra vagando en un frío océano, ahogado por la culpa de sus faltas. Por sus propios medios jamás logrará salvarse. Pero su Creador ya hizo todo lo necesario para rescatarlo. Jesucristo vino para pagar el precio de la culpa humana y quitarnos la carga que nos mantiene muertos en nuestros propios delitos. Al igual que el médico de los guardacostas que le aplicó la respiración artificial a la pequeña Misty, Cristo nos llena de su aliento divino —el Espíritu Santo— para que volvamos a la vida, a una existencia con sentido, llena de su cuidado y de su amor.
Si sentimos que ya no podemos respirar libremente, que estamos muertos en el interior, y reconocemos que el único que puede reanimarnos es Dios, es hora de que se produzca una verdadera y milagrosa resurrección en nuestra vida.
Dios envió a su Hijo Jesucristo al mundo para rescatarnos, dando su vida como precio por nuestra libertad. Aceptemos el perdón que nos ofrece y el aliento de vida eterna.
por el Hermano Pablo
Un domingo, cuando la familia Desmore terminaba su frío paseo a la isla Kodiak y su pequeña embarcación los llevaba de regreso a la Bahía Larson en Alaska, sufrieron un percance. El barco se hundió con Misty, de tres años, una prima, su madre y su abuelo. Los guardacostas pudieron salvar a la madre y a la prima de Misty, pero el abuelo, Archie, de cincuenta años, murió de hipotermia.
Las esperanzas de los esforzados guardacostas no eran muy alentadoras en cuanto a la pequeña Misty, a quien no encontraban, y el tiempo transcurría en forma amenazante. Por fin hallaron a la niña, que flotaba boca abajo en las heladas aguas del Pacífico Norte. Misty había dejado de respirar hacía casi cuarenta minutos.
El doctor Marty, médico de los guardacostas, personalmente succionó casi un litro de agua marina salobre de los pulmones de la niña. En unión de su ayudante, le aplicó la respiración artificial hasta que ella comenzó a respirar por cuenta propia. Fue así como Misty se reanimó casi milagrosamente, y recibió cuidados intensivos en el Hospital Providence de Anchorage.
Es asombroso el increíble rescate y la milagrosa vuelta a la vida de una pequeña de tres años que prácticamente estuvo muerta a merced de las frías aguas del Pacífico. Así como Misty flotaba sin ninguna esperanza, el hombre actual se encuentra vagando en un frío océano, ahogado por la culpa de sus faltas. Por sus propios medios jamás logrará salvarse. Pero su Creador ya hizo todo lo necesario para rescatarlo. Jesucristo vino para pagar el precio de la culpa humana y quitarnos la carga que nos mantiene muertos en nuestros propios delitos. Al igual que el médico de los guardacostas que le aplicó la respiración artificial a la pequeña Misty, Cristo nos llena de su aliento divino —el Espíritu Santo— para que volvamos a la vida, a una existencia con sentido, llena de su cuidado y de su amor.
Si sentimos que ya no podemos respirar libremente, que estamos muertos en el interior, y reconocemos que el único que puede reanimarnos es Dios, es hora de que se produzca una verdadera y milagrosa resurrección en nuestra vida.
Dios envió a su Hijo Jesucristo al mundo para rescatarnos, dando su vida como precio por nuestra libertad. Aceptemos el perdón que nos ofrece y el aliento de vida eterna.
jueves, 21 de mayo de 2009
Un Mensaje a la Conciencia
LA MUERTE VINO DE ABAJO
por el Hermano Pablo
Los seis jóvenes subieron al auto, alegres, despreocupados, chispeantes, divertidos. Eran tres parejas de novios que celebraban su graduación.
Subieron al auto y emprendieron una loca carrera por los caminos del sur de Francia. Pero había demasiado alcohol en el cerebro del conductor.
En una curva del camino el auto se salió de la vía. Cayó en una acequia de tres metros de profundidad que estaba llena de agua. El auto quedó encajonado en la acequia y les fue imposible abrir las puertas. El agua comenzó a subir, y lentamente los cubrió a todos. Esos últimos momentos fueron de horror. Los golpes sufridos por el accidente, junto con la asfixia, cobraron seis vidas jóvenes al mismo tiempo.
Los titulares de los periódicos anunciaron: «Un auto lleno de jóvenes cae en una acequia y se hunde en el agua. Fue imposible para los jóvenes abrir las puertas.»
¿A qué podemos atribuir estas muertes? ¿A la insensatez juvenil? ¿A la necedad de manejar a ciento sesenta kilómetros por hora en estado de embriaguez? ¿A la fatalidad cruel y despiadada? ¿Al castigo de Dios? Muchas conjeturas se pueden hacer sin llegar a nada, pero una cosa sí es cierta. La muerte de esos seis jóvenes, tres parejas brillantes, simboliza la sociedad actual, que se halla encajonada como el auto en la acequia.
Podemos usar varias metáforas para describir la situación de nuestra sociedad. Podemos hablar de un «callejón sin salida», o de una «vía muerta» o de un «torrente irreversible». Pero siempre estaremos describiendo la misma situación: una sociedad rumbo a la destrucción inexorable. La destrucción de la familia es la prueba más evidente de ello.
¿Qué podemos hacer? El primero de los doce pasos del grupo «Alcohólicos Anónimos» dice: «Reconocemos que somos incapaces de vencer nuestro alcoholismo.» Mientras nos creemos capaces de resolver solos nuestros fracasos, nunca saldremos del infortunio. El segundo de los pasos dice así: «Sólo un poder superior al nuestro podrá cambiar nuestra condición.»
Esa condición que nos tiene dominados es el pecado que reina en nuestro corazón. Y el poder que puede rescatarnos es el poder de Jesucristo, el Hijo de Dios. San Pablo lo expresó de esta manera: «A la verdad, no me avergüenzo del Evangelio, pues es poder de Dios para la salvación de todos los que creen» (Romanos 1:16). La única solución para la sociedad actual y para cada uno de nosotros es reconocer nuestra condición y luego aceptar el amor de Cristo. Gracias a Dios, es una solución que está al alcance de todos.
por el Hermano Pablo
Los seis jóvenes subieron al auto, alegres, despreocupados, chispeantes, divertidos. Eran tres parejas de novios que celebraban su graduación.
Subieron al auto y emprendieron una loca carrera por los caminos del sur de Francia. Pero había demasiado alcohol en el cerebro del conductor.
En una curva del camino el auto se salió de la vía. Cayó en una acequia de tres metros de profundidad que estaba llena de agua. El auto quedó encajonado en la acequia y les fue imposible abrir las puertas. El agua comenzó a subir, y lentamente los cubrió a todos. Esos últimos momentos fueron de horror. Los golpes sufridos por el accidente, junto con la asfixia, cobraron seis vidas jóvenes al mismo tiempo.
Los titulares de los periódicos anunciaron: «Un auto lleno de jóvenes cae en una acequia y se hunde en el agua. Fue imposible para los jóvenes abrir las puertas.»
¿A qué podemos atribuir estas muertes? ¿A la insensatez juvenil? ¿A la necedad de manejar a ciento sesenta kilómetros por hora en estado de embriaguez? ¿A la fatalidad cruel y despiadada? ¿Al castigo de Dios? Muchas conjeturas se pueden hacer sin llegar a nada, pero una cosa sí es cierta. La muerte de esos seis jóvenes, tres parejas brillantes, simboliza la sociedad actual, que se halla encajonada como el auto en la acequia.
Podemos usar varias metáforas para describir la situación de nuestra sociedad. Podemos hablar de un «callejón sin salida», o de una «vía muerta» o de un «torrente irreversible». Pero siempre estaremos describiendo la misma situación: una sociedad rumbo a la destrucción inexorable. La destrucción de la familia es la prueba más evidente de ello.
¿Qué podemos hacer? El primero de los doce pasos del grupo «Alcohólicos Anónimos» dice: «Reconocemos que somos incapaces de vencer nuestro alcoholismo.» Mientras nos creemos capaces de resolver solos nuestros fracasos, nunca saldremos del infortunio. El segundo de los pasos dice así: «Sólo un poder superior al nuestro podrá cambiar nuestra condición.»
Esa condición que nos tiene dominados es el pecado que reina en nuestro corazón. Y el poder que puede rescatarnos es el poder de Jesucristo, el Hijo de Dios. San Pablo lo expresó de esta manera: «A la verdad, no me avergüenzo del Evangelio, pues es poder de Dios para la salvación de todos los que creen» (Romanos 1:16). La única solución para la sociedad actual y para cada uno de nosotros es reconocer nuestra condición y luego aceptar el amor de Cristo. Gracias a Dios, es una solución que está al alcance de todos.
martes, 19 de mayo de 2009
Un Mensaje a la Conciencia
VIVIR DE PRESTADO
por el Hermano Pablo
Durante dos años y medio se dio la gran vida. Compró ropa fina en la tienda Harrod's de Londres, una de las más caras del mundo. Cuando voló en avión, lo hizo siempre en primera clase. Visitó todos los lugares turísticos de Europa. Se alojó sólo en hoteles de cinco estrellas y pagó fiestas suntuosas para todos sus amigos.
Sin embargo, a los dos años se le acabó de golpe esa gran vida. Mark Aklon, de dieciocho años de edad, tuvo que rendir cuentas a la justicia por haber hurtado la tarjeta de crédito de su padre, un millonario inglés. Debía a la tarjeta nada menos que setecientos cincuenta mil dólares. Locamente había «vivido de prestado».
Desgraciadamente, el caso de este joven inglés no es único. Tuvo la suerte, o la desgracia, de ser hijo de un padre muy rico y de llevar su mismo nombre. Durante más de dos años vivió a lo rico con amigos y amigas, paseando por casi toda Europa. Hasta que un día todo se le acabó. La tarjeta fue cancelada.
«Vivir de prestado» significa vivir usando algo a lo cual no tenemos derecho. Significa vivir con lo que no nos hemos ganado con nuestro propio esfuerzo o por nuestros propios méritos. Un hombre al cual se le hizo un trasplante de corazón, y vivió ocho años más, dijo: «Estoy viviendo de prestado», y tenía razón. Esos ocho años extras de su vida fueron un préstamo.
La humanidad entera está viviendo de prestado. Vive a crédito. La vida que todos recibimos al nacer no es realmente una vida propia. No somos nosotros mismos autores de ella. Es una vida prestada, que Dios nos presta a cada uno, dándonos con ella voluntad propia. Podemos usarla obedeciendo las leyes divinas u obedeciendo antojos egoístas.
La salud, la inteligencia, la capacidad de trabajo, los días de nuestra vida, todo eso no es realmente nuestro. Es algo que nuestro Creador nos ha prestado, como quien invierte capital en una empresa y espera recibir créditos de la inversión.
Esa es la vida nuestra. Llegará el día cuando nuestro tiempo se acabará y Dios reclamará lo que es suyo. En ese día tendremos que devolver el aliento que Él nos dio. Por eso es importantísimo que ahora, en vida, nos preguntemos: ¿Qué le presentaré entonces a Dios? ¿Una vida pecaminosa, destrozada, contaminada e inútil, o una vida recta, decente, honesta y limpia?
En humilde contrición, digámosle a Cristo que aceptamos su muerte en el Calvario en sustitución por nuestros pecados. Él entonces nos presentará ante su Padre en calidad de personas regeneradas por su sangre preciosa. Esa es la vida que Dios aceptará.
por el Hermano Pablo
Durante dos años y medio se dio la gran vida. Compró ropa fina en la tienda Harrod's de Londres, una de las más caras del mundo. Cuando voló en avión, lo hizo siempre en primera clase. Visitó todos los lugares turísticos de Europa. Se alojó sólo en hoteles de cinco estrellas y pagó fiestas suntuosas para todos sus amigos.
Sin embargo, a los dos años se le acabó de golpe esa gran vida. Mark Aklon, de dieciocho años de edad, tuvo que rendir cuentas a la justicia por haber hurtado la tarjeta de crédito de su padre, un millonario inglés. Debía a la tarjeta nada menos que setecientos cincuenta mil dólares. Locamente había «vivido de prestado».
Desgraciadamente, el caso de este joven inglés no es único. Tuvo la suerte, o la desgracia, de ser hijo de un padre muy rico y de llevar su mismo nombre. Durante más de dos años vivió a lo rico con amigos y amigas, paseando por casi toda Europa. Hasta que un día todo se le acabó. La tarjeta fue cancelada.
«Vivir de prestado» significa vivir usando algo a lo cual no tenemos derecho. Significa vivir con lo que no nos hemos ganado con nuestro propio esfuerzo o por nuestros propios méritos. Un hombre al cual se le hizo un trasplante de corazón, y vivió ocho años más, dijo: «Estoy viviendo de prestado», y tenía razón. Esos ocho años extras de su vida fueron un préstamo.
La humanidad entera está viviendo de prestado. Vive a crédito. La vida que todos recibimos al nacer no es realmente una vida propia. No somos nosotros mismos autores de ella. Es una vida prestada, que Dios nos presta a cada uno, dándonos con ella voluntad propia. Podemos usarla obedeciendo las leyes divinas u obedeciendo antojos egoístas.
La salud, la inteligencia, la capacidad de trabajo, los días de nuestra vida, todo eso no es realmente nuestro. Es algo que nuestro Creador nos ha prestado, como quien invierte capital en una empresa y espera recibir créditos de la inversión.
Esa es la vida nuestra. Llegará el día cuando nuestro tiempo se acabará y Dios reclamará lo que es suyo. En ese día tendremos que devolver el aliento que Él nos dio. Por eso es importantísimo que ahora, en vida, nos preguntemos: ¿Qué le presentaré entonces a Dios? ¿Una vida pecaminosa, destrozada, contaminada e inútil, o una vida recta, decente, honesta y limpia?
En humilde contrición, digámosle a Cristo que aceptamos su muerte en el Calvario en sustitución por nuestros pecados. Él entonces nos presentará ante su Padre en calidad de personas regeneradas por su sangre preciosa. Esa es la vida que Dios aceptará.
lunes, 18 de mayo de 2009
Un Mensaje a la Conciencia
«EL GOL NÚMERO MIL»
por Carlos Rey
«A fines... de 1969 —narra Pelé en su autobiografía—, toda la atención se centró en que yo estaba a punto de anotar el gol número mil, una hazaña que nunca se había logrado antes.... En cada encuentro del Santos había hordas de periodistas....
»El peso de las expectativas era agobiante.... ¡No podía esperar para marcar ese... gol!...
»El partido... fue... en el Maracaná.... En el estadio más grande del mundo no cabía un alfiler. Era un 19 de noviembre, que es el Día Nacional de la Bandera del Brasil. Los equipos salieron al estadio con la bandera entre ellos, había una banda militar en el campo y hubo una suelta de globos. Era un buen día para las celebraciones.
»La mayoría de los seguidores presentes en el Maracaná querían ver el gol, pero los jugadores del Vasco [da Gama] estaban determinados a frustrar esos planes. Se burlaban de mí, me tocaban la cabeza y decían: “Hoy no, Crioulo!” Hicieron todo lo que pudieron para que yo no marcara. El portero del Vasco, un argentino de apellido Andrada, estaba en perfecto estado físico. En un momento, vino hacia mí un centro en una posición perfecta para cabecear el balón. Parecía que ya estaba dentro cuando Renê, un jugador del Vasco, llegó allí primero y cabeceó el balón contra su propia red. Daba la impresión de que preferían hacer cualquier cosa antes que dejarme tener el lujo de anotar.
»Algo tenía que suceder. Y sucedió. Me tropecé mientras corría hacia el área, y el árbitro me concedió un penalti. A pesar de las protestas del Vasco, la decisión siguió firme. Y este penalti lo iba a tirar yo.
»Por primera vez en toda mi carrera, me sentía nervioso. Nunca antes había experimentado una responsabilidad como ésa. Estaba temblando. Dependía solamente de mí. Mis compañeros me habían dejado solo y se quedaron en la línea central del campo de juego.
»Corrí hacia el balón, casi a cámara lenta... y chuté.
»¡Goooooooool!
»Corrí hacia la red de la portería, tomé el balón y lo besé. El estadio entró en erupción: se escuchaban petardos y ovaciones. De pronto me encontré rodeado por un enorme grupo de periodistas. Me acercaron sus micrófonos, y dediqué el gol a los niños de Brasil.... Luego lloré, me subieron a los hombros de alguien, y sostuve el balón en alto. El juego se detuvo por veinte minutos mientras daba una vuelta al campo.»1
¡Momento histórico aquel que nos permite revivir el rey del fútbol! Y eso que lo relata con candor y modestia, a diferencia de otra versión que no dice que tropezó y cayó dentro del área sino que fue derribado.2 Así Pelé inspira confianza en la veracidad del resto de sus memorias, quizás inspirado a su vez por la franqueza y la transparencia con que Dios el Espíritu Santo presenta en la Biblia a los héroes de la historia sagrada: como hombres y mujeres de carne y hueso, propensos a errar el blanco de vez en cuando, así como nosotros.
Determinemos que, en lo que nos queda por vivir, aprenderemos del ejemplo no sólo de los héroes de la historia sagrada como Moisés, Sansón y David, que, al igual que Pelé, fueron estrellas, sino también de los demás personajes bíblicos que por lo regular no eran el centro de atención.
1 Edson Arantes do Nascimento, con Orlando Duarte y Álex Bellos, Pelé: Memorias del mejor futbolista de todos los tiempos (Madrid: Ediciones Temas de Hoy, 2007), pp. 167,169-171.
2 Eduardo Galeano, El fútbol a sol y sombra (México, D.F.: Siglo Veintiuno Editores, 1995), p. 151.
por Carlos Rey
«A fines... de 1969 —narra Pelé en su autobiografía—, toda la atención se centró en que yo estaba a punto de anotar el gol número mil, una hazaña que nunca se había logrado antes.... En cada encuentro del Santos había hordas de periodistas....
»El peso de las expectativas era agobiante.... ¡No podía esperar para marcar ese... gol!...
»El partido... fue... en el Maracaná.... En el estadio más grande del mundo no cabía un alfiler. Era un 19 de noviembre, que es el Día Nacional de la Bandera del Brasil. Los equipos salieron al estadio con la bandera entre ellos, había una banda militar en el campo y hubo una suelta de globos. Era un buen día para las celebraciones.
»La mayoría de los seguidores presentes en el Maracaná querían ver el gol, pero los jugadores del Vasco [da Gama] estaban determinados a frustrar esos planes. Se burlaban de mí, me tocaban la cabeza y decían: “Hoy no, Crioulo!” Hicieron todo lo que pudieron para que yo no marcara. El portero del Vasco, un argentino de apellido Andrada, estaba en perfecto estado físico. En un momento, vino hacia mí un centro en una posición perfecta para cabecear el balón. Parecía que ya estaba dentro cuando Renê, un jugador del Vasco, llegó allí primero y cabeceó el balón contra su propia red. Daba la impresión de que preferían hacer cualquier cosa antes que dejarme tener el lujo de anotar.
»Algo tenía que suceder. Y sucedió. Me tropecé mientras corría hacia el área, y el árbitro me concedió un penalti. A pesar de las protestas del Vasco, la decisión siguió firme. Y este penalti lo iba a tirar yo.
»Por primera vez en toda mi carrera, me sentía nervioso. Nunca antes había experimentado una responsabilidad como ésa. Estaba temblando. Dependía solamente de mí. Mis compañeros me habían dejado solo y se quedaron en la línea central del campo de juego.
»Corrí hacia el balón, casi a cámara lenta... y chuté.
»¡Goooooooool!
»Corrí hacia la red de la portería, tomé el balón y lo besé. El estadio entró en erupción: se escuchaban petardos y ovaciones. De pronto me encontré rodeado por un enorme grupo de periodistas. Me acercaron sus micrófonos, y dediqué el gol a los niños de Brasil.... Luego lloré, me subieron a los hombros de alguien, y sostuve el balón en alto. El juego se detuvo por veinte minutos mientras daba una vuelta al campo.»1
¡Momento histórico aquel que nos permite revivir el rey del fútbol! Y eso que lo relata con candor y modestia, a diferencia de otra versión que no dice que tropezó y cayó dentro del área sino que fue derribado.2 Así Pelé inspira confianza en la veracidad del resto de sus memorias, quizás inspirado a su vez por la franqueza y la transparencia con que Dios el Espíritu Santo presenta en la Biblia a los héroes de la historia sagrada: como hombres y mujeres de carne y hueso, propensos a errar el blanco de vez en cuando, así como nosotros.
Determinemos que, en lo que nos queda por vivir, aprenderemos del ejemplo no sólo de los héroes de la historia sagrada como Moisés, Sansón y David, que, al igual que Pelé, fueron estrellas, sino también de los demás personajes bíblicos que por lo regular no eran el centro de atención.
1 Edson Arantes do Nascimento, con Orlando Duarte y Álex Bellos, Pelé: Memorias del mejor futbolista de todos los tiempos (Madrid: Ediciones Temas de Hoy, 2007), pp. 167,169-171.
2 Eduardo Galeano, El fútbol a sol y sombra (México, D.F.: Siglo Veintiuno Editores, 1995), p. 151.
sábado, 16 de mayo de 2009
Un Mensaje a la Conciencia
16 mayo 09
«EL NIÑO BOMBA»
por el Hermano Pablo
Tenía sólo nueve años. ¿Qué son nueve años de vida? Apenas se está olvidando el gusto de la leche materna. Apenas se comienza a vislumbrar lo que es el mundo en el que se ha tenido la fortuna, o la desgracia, de nacer.
Nueve años tenía Jorge Mayta Suxo, de Lima, Perú, cuando por una propina de unos pocos soles, más o menos un dólar, aceptó llevar cierto paquete y ponerlo en la base de una torre eléctrica en Lima. Pero la base estaba minada por la policía, y una de esas minas estalló y mutiló las dos piernas del niño. Jorge Mayta murió tras veinte horas de espantosa agonía. Los diarios lo llamaron «el niño bomba».
¿Quiénes son los que usan bombas en este mundo? No son los niños. De ellos se aprovechan individuos sin escrúpulos para ponerlas aquí o allá, pero los niños no las fabrican. La violencia la hacen los adultos, y los niños llegan a ser las víctimas inocentes.
Hasta la Segunda Guerra Mundial, que terminó en el año 1945, los niños no habían participado en la violencia. La guerra la hacían los grandes. Había que tener por lo menos dieciocho años de edad para ingresar al ejército. Pero a partir de esa guerra, y con el despliegue mundial de la guerrilla y el terrorismo, los niños también han tenido que beber la sangre de la violencia.
No es extraño ver en las espesuras de América, o en las tierras quemadas del África, o en los desiertos arenosos de Asia, o en las selvas del Lejano Oriente, a niños y niñas de pocos años de edad empuñando armas automáticas. La guerra ya no es oficio de adultos. Hoy a los niños se les obliga a participar en ella.
¿Será que el desconcierto del adulto es tal que ni cuenta se da del daño que hace en la mente y en la vida de pequeños inocentes que él usa para efectuar sus atrocidades? A eso se añade otra inquietud: ¿Cómo puede una persona ya madura perder de tal manera su valor como creación de Dios, que no sólo se presta para convertirse en un réprobo, sino que arrastra consigo a inocentes niños en su locura misma?
Jesucristo declaró algo que se aplica a todos nosotros: «Les aseguro que a menos que ustedes cambien y se vuelvan como niños, no entrarán en el reino de los cielos» (Mateo 18:3). Todos somos creación de Dios. Nuestra vida debe y puede ser radiante. Cristo vino al mundo a buscar lo que se había perdido. Cada uno sabe si es o no esa persona perdida. Si lo es, más vale que permita que Cristo entre a su vida. Él lo hará una nueva criatura. Entreguémosle nuestro corazón. El amor de Cristo nos hará una persona nueva.
«EL NIÑO BOMBA»
por el Hermano Pablo
Tenía sólo nueve años. ¿Qué son nueve años de vida? Apenas se está olvidando el gusto de la leche materna. Apenas se comienza a vislumbrar lo que es el mundo en el que se ha tenido la fortuna, o la desgracia, de nacer.
Nueve años tenía Jorge Mayta Suxo, de Lima, Perú, cuando por una propina de unos pocos soles, más o menos un dólar, aceptó llevar cierto paquete y ponerlo en la base de una torre eléctrica en Lima. Pero la base estaba minada por la policía, y una de esas minas estalló y mutiló las dos piernas del niño. Jorge Mayta murió tras veinte horas de espantosa agonía. Los diarios lo llamaron «el niño bomba».
¿Quiénes son los que usan bombas en este mundo? No son los niños. De ellos se aprovechan individuos sin escrúpulos para ponerlas aquí o allá, pero los niños no las fabrican. La violencia la hacen los adultos, y los niños llegan a ser las víctimas inocentes.
Hasta la Segunda Guerra Mundial, que terminó en el año 1945, los niños no habían participado en la violencia. La guerra la hacían los grandes. Había que tener por lo menos dieciocho años de edad para ingresar al ejército. Pero a partir de esa guerra, y con el despliegue mundial de la guerrilla y el terrorismo, los niños también han tenido que beber la sangre de la violencia.
No es extraño ver en las espesuras de América, o en las tierras quemadas del África, o en los desiertos arenosos de Asia, o en las selvas del Lejano Oriente, a niños y niñas de pocos años de edad empuñando armas automáticas. La guerra ya no es oficio de adultos. Hoy a los niños se les obliga a participar en ella.
¿Será que el desconcierto del adulto es tal que ni cuenta se da del daño que hace en la mente y en la vida de pequeños inocentes que él usa para efectuar sus atrocidades? A eso se añade otra inquietud: ¿Cómo puede una persona ya madura perder de tal manera su valor como creación de Dios, que no sólo se presta para convertirse en un réprobo, sino que arrastra consigo a inocentes niños en su locura misma?
Jesucristo declaró algo que se aplica a todos nosotros: «Les aseguro que a menos que ustedes cambien y se vuelvan como niños, no entrarán en el reino de los cielos» (Mateo 18:3). Todos somos creación de Dios. Nuestra vida debe y puede ser radiante. Cristo vino al mundo a buscar lo que se había perdido. Cada uno sabe si es o no esa persona perdida. Si lo es, más vale que permita que Cristo entre a su vida. Él lo hará una nueva criatura. Entreguémosle nuestro corazón. El amor de Cristo nos hará una persona nueva.
viernes, 15 de mayo de 2009
Un Mensaje a la Conciencia
CUBIERTO CON ALAS ANGELICALES
por Carlos Rey
(Día de la Independencia de Paraguay)
(Himno cantado por Carlos Rey en audio y en video)
El 15 de agosto de 1840, con el fin de que su patria tuviera un himno nacional, Carlos Antonio López, presidente de Paraguay, luego de tratar de llegar a un acuerdo con el poeta argentino Vicente López y Planes, autor del Himno Nacional Argentino, aceptó más bien el texto escrito por el poeta uruguayo Francisco Acuña de Figueroa, autor del Himno Nacional Uruguayo. Pero no fue sino hasta el 12 de mayo de 1934, luego de un largo proceso polémico, que ese texto se estableció, por decreto ejecutivo, como la letra oficial del Himno Nacional Paraguayo, basado en la publicación de El Semanario del 31 de diciembre de 1853 y en la reconstrucción oficial realizada por Remberto Giménez.1
He aquí la primera estrofa y el coro, como se cantan actualmente:
A los pueblos de América, infausto
tres centurias un cetro oprimió;
mas un día, soberbia surgiendo,
«¡Basta!», dijo, y el cetro rompió.
Nuestros padres, lidiando grandiosos,
ilustraron su gloria marcial;
//y trozada la augusta diadema,
enalzaron el gorro triunfal.//
Paraguayos, ¡república o muerte!
Nuestro brío nos dio libertad;
//ni opresores ni siervos alientan
donde reinan unión e igualdad.//
La tercera estrofa dice así:
Cuando en torno rugió la discordia
que otros pueblos fatal devoró,
paraguayos, el suelo sagrado
con sus alas un ángel cubrió.
El poeta tiene razón. Dios tuvo que haber intervenido en la historia del Paraguay. Pues si el suelo de Paraguay no hubiera sido cubierto con alas angelicales, sin duda los estragos causados por sus guerras habrían acabado por completo con su pueblo heroico en lugar de diezmarlo. De ahí que a cada patriota paraguayo no le quede más que reconocer lo que afirma el salmista de Israel: que el Dios Altísimo, tanto a título personal como nacional, puede y quiere cubrirlo con sus plumas para que halle refugio bajo sus alas.2
por Carlos Rey
(Día de la Independencia de Paraguay)
(Himno cantado por Carlos Rey en audio y en video)
El 15 de agosto de 1840, con el fin de que su patria tuviera un himno nacional, Carlos Antonio López, presidente de Paraguay, luego de tratar de llegar a un acuerdo con el poeta argentino Vicente López y Planes, autor del Himno Nacional Argentino, aceptó más bien el texto escrito por el poeta uruguayo Francisco Acuña de Figueroa, autor del Himno Nacional Uruguayo. Pero no fue sino hasta el 12 de mayo de 1934, luego de un largo proceso polémico, que ese texto se estableció, por decreto ejecutivo, como la letra oficial del Himno Nacional Paraguayo, basado en la publicación de El Semanario del 31 de diciembre de 1853 y en la reconstrucción oficial realizada por Remberto Giménez.1
He aquí la primera estrofa y el coro, como se cantan actualmente:
A los pueblos de América, infausto
tres centurias un cetro oprimió;
mas un día, soberbia surgiendo,
«¡Basta!», dijo, y el cetro rompió.
Nuestros padres, lidiando grandiosos,
ilustraron su gloria marcial;
//y trozada la augusta diadema,
enalzaron el gorro triunfal.//
Paraguayos, ¡república o muerte!
Nuestro brío nos dio libertad;
//ni opresores ni siervos alientan
donde reinan unión e igualdad.//
La tercera estrofa dice así:
Cuando en torno rugió la discordia
que otros pueblos fatal devoró,
paraguayos, el suelo sagrado
con sus alas un ángel cubrió.
El poeta tiene razón. Dios tuvo que haber intervenido en la historia del Paraguay. Pues si el suelo de Paraguay no hubiera sido cubierto con alas angelicales, sin duda los estragos causados por sus guerras habrían acabado por completo con su pueblo heroico en lugar de diezmarlo. De ahí que a cada patriota paraguayo no le quede más que reconocer lo que afirma el salmista de Israel: que el Dios Altísimo, tanto a título personal como nacional, puede y quiere cubrirlo con sus plumas para que halle refugio bajo sus alas.2
jueves, 14 de mayo de 2009
CADA DIA. MENSAJE HOY
El amor de padre
... porque el Señor corrige a quien él ama, como un padre corrige a su hijo favorito. Proverbios 3:12
¿Una familia puede prosperar sin reglas claras? ¿Un hijo puede conocer a Dios y caminar en los caminos correctos sin la dirección paterna? ¿Israel, como nación escogida de Dios aprendió a confiar en el Señor sin ser disciplinado amorosamente? Caminando cuarenta años, el pueblo de Israel aprendió a depender del Señor, a pesar de haberse olvidado rápidamente de Él.
Algunos padres parecen reacios a que sus hijos lleguen a una adolescencia saludable con disciplina. El amor debe tener la forma firme de un “NO, no puedes”, como también “Sí, puedes ayudar haciendo tu parte”. Dios ama a sus hijos y nos muestra que debemos confiar en ellos y reconocer que no sabemos todo.
El amor de Dios fue demostrado claramente a Israel, cuando el Señor habló en el monte Sinaí y entregó los 10 mandamientos a Moisés. La forma significativa de vida y de la obediencia para las naciones escogidas de Dios, dice “No” a las culturas de naciones paganas.
Cuando Israel se desvió, Dios lo disciplinó usando inclusive las otras naciones para eso.
El amor de la familia incluye la disciplina. Es triste ver a muchos hijos dudando del amor de sus padres, diciendo que nunca se les ha corregido o disciplinado.
Piensa
“Para comprender a los padres es necesario tener hijos”. Sofocleto
Ora
Padre, ayúdanos a ser como tú eres. Ayúdanos a guiar amorosamente a nuestros hijos, en los caminos de tu palabra, para que ellos te reconozcan en todo momento. En nombre de Cristo Jesús. Amén.
... porque el Señor corrige a quien él ama, como un padre corrige a su hijo favorito. Proverbios 3:12
¿Una familia puede prosperar sin reglas claras? ¿Un hijo puede conocer a Dios y caminar en los caminos correctos sin la dirección paterna? ¿Israel, como nación escogida de Dios aprendió a confiar en el Señor sin ser disciplinado amorosamente? Caminando cuarenta años, el pueblo de Israel aprendió a depender del Señor, a pesar de haberse olvidado rápidamente de Él.
Algunos padres parecen reacios a que sus hijos lleguen a una adolescencia saludable con disciplina. El amor debe tener la forma firme de un “NO, no puedes”, como también “Sí, puedes ayudar haciendo tu parte”. Dios ama a sus hijos y nos muestra que debemos confiar en ellos y reconocer que no sabemos todo.
El amor de Dios fue demostrado claramente a Israel, cuando el Señor habló en el monte Sinaí y entregó los 10 mandamientos a Moisés. La forma significativa de vida y de la obediencia para las naciones escogidas de Dios, dice “No” a las culturas de naciones paganas.
Cuando Israel se desvió, Dios lo disciplinó usando inclusive las otras naciones para eso.
El amor de la familia incluye la disciplina. Es triste ver a muchos hijos dudando del amor de sus padres, diciendo que nunca se les ha corregido o disciplinado.
Piensa
“Para comprender a los padres es necesario tener hijos”. Sofocleto
Ora
Padre, ayúdanos a ser como tú eres. Ayúdanos a guiar amorosamente a nuestros hijos, en los caminos de tu palabra, para que ellos te reconozcan en todo momento. En nombre de Cristo Jesús. Amén.
Un Mensaje a la Conciencia
14 mayo 09
«LE PEGAMOS, Y... NO NOS OBEDECE»
por Carlos Rey
En este mensaje tratamos el caso de un matrimonio que «descargó su conciencia» de manera anónima en nuestro sitio www.conciencia.net y nos autorizaron a que los citáramos, como sigue:
«Tenemos una niña de cuatro años.... Estamos teniendo dificultades con ella con respecto a la disciplina, la obediencia, el respeto hacia nosotros y el acatamiento de órdenes. Se ha tornado rebelde: no obedece, nos pega y nos contesta de forma altanera a pesar de su corta edad.
»Aplicábamos el [método de] no darle lo que deseaba a manera de castigo, sentarla en una silla por tres o cuatro minutos, no ver televisión, etc. Pero ahora hasta le pegamos, y... no nos obedece.
»Estamos desesperados y no sabemos qué hacer....»
Este es el consejo que les dimos:
«Estimados amigos:
»... La mayoría de nosotros llegamos a ser padres sin tener idea alguna de lo difícil que es, y por lo general no se nos ha enseñado cómo serlo. El ser padres es una de las tantas funciones que desempeñamos en la vida diaria, y es normalmente algo que hacemos mientras tratamos de ganarnos la vida, hacer una carrera y realizar nuestros sueños. A nuestros hijos, desde el momento en que nacen, les toca abordar el autobús que es nuestra vida, y presuponemos que ellos se conformarán con el asiento que les tenemos reservado y que cooperarán con nuestros planes.
»Pero el niño nace con su propia voluntad, y a menudo esa voluntad es terca. Algunos niños manifiestan, aun antes de aprender a hablar, que no están conformes con hacer las cosas como queremos nosotros. Quieren hacer las cosas como les place, ¡y dan por sentado que el autobús es el de la vida de ellos y que somos nosotros quienes debemos abordarlo!
»Así se crea el marco para esa lucha que se libra a diario. Nosotros los padres estamos cansados debido a las otras responsabilidades que tenemos, y muchas veces no sentimos ningún deseo de librar una batalla. En cambio, ¡el niño ha ahorrado todas sus energías y está preparado para ganar, cueste lo que cueste! Al principio los incidentes no tienen mayor importancia; pero tan pronto como el niño descubre que puede resistir más que sus padres, comienza a ejercer el dominio que ha adquirido en la relación, exigiendo cada vez más, y ganando con mucha frecuencia. Los padres no se dan cuenta de que han perdido el control absoluto sino cuando ya es demasiado tarde.
»¿Cómo, entonces, pueden los padres recobrar el dominio? ¡No es fácil! Requiere tiempo, dedicación, persistencia y coherencia. Hay que formular reglas sensatas y vincularlas a consecuencias sensatas.
»Posteriormente, cuando el niño haya desobedecido una regla, la consecuencia tiene que cumplirse. Debe ser de inmediato, cada vez, sin falta, vez tras vez, sin que importe lo difícil que sea, ni dónde ni cuándo tenga que llevarse a cabo. Los padres tienen que darle prioridad, dedicarle tiempo, desvelarse si es necesario, y nunca jamás darse por vencidos....
»¡Prepárense para la batalla!
»Linda y Carlos Rey.»
El consejo completo, que por falta de espacio no pudimos incluir en esta edición, puede leerse con sólo pulsar el enlace en www.conciencia.net que dice: «Caso de la semana», y luego el enlace que dice: «Caso 26».
«LE PEGAMOS, Y... NO NOS OBEDECE»
por Carlos Rey
En este mensaje tratamos el caso de un matrimonio que «descargó su conciencia» de manera anónima en nuestro sitio www.conciencia.net y nos autorizaron a que los citáramos, como sigue:
«Tenemos una niña de cuatro años.... Estamos teniendo dificultades con ella con respecto a la disciplina, la obediencia, el respeto hacia nosotros y el acatamiento de órdenes. Se ha tornado rebelde: no obedece, nos pega y nos contesta de forma altanera a pesar de su corta edad.
»Aplicábamos el [método de] no darle lo que deseaba a manera de castigo, sentarla en una silla por tres o cuatro minutos, no ver televisión, etc. Pero ahora hasta le pegamos, y... no nos obedece.
»Estamos desesperados y no sabemos qué hacer....»
Este es el consejo que les dimos:
«Estimados amigos:
»... La mayoría de nosotros llegamos a ser padres sin tener idea alguna de lo difícil que es, y por lo general no se nos ha enseñado cómo serlo. El ser padres es una de las tantas funciones que desempeñamos en la vida diaria, y es normalmente algo que hacemos mientras tratamos de ganarnos la vida, hacer una carrera y realizar nuestros sueños. A nuestros hijos, desde el momento en que nacen, les toca abordar el autobús que es nuestra vida, y presuponemos que ellos se conformarán con el asiento que les tenemos reservado y que cooperarán con nuestros planes.
»Pero el niño nace con su propia voluntad, y a menudo esa voluntad es terca. Algunos niños manifiestan, aun antes de aprender a hablar, que no están conformes con hacer las cosas como queremos nosotros. Quieren hacer las cosas como les place, ¡y dan por sentado que el autobús es el de la vida de ellos y que somos nosotros quienes debemos abordarlo!
»Así se crea el marco para esa lucha que se libra a diario. Nosotros los padres estamos cansados debido a las otras responsabilidades que tenemos, y muchas veces no sentimos ningún deseo de librar una batalla. En cambio, ¡el niño ha ahorrado todas sus energías y está preparado para ganar, cueste lo que cueste! Al principio los incidentes no tienen mayor importancia; pero tan pronto como el niño descubre que puede resistir más que sus padres, comienza a ejercer el dominio que ha adquirido en la relación, exigiendo cada vez más, y ganando con mucha frecuencia. Los padres no se dan cuenta de que han perdido el control absoluto sino cuando ya es demasiado tarde.
»¿Cómo, entonces, pueden los padres recobrar el dominio? ¡No es fácil! Requiere tiempo, dedicación, persistencia y coherencia. Hay que formular reglas sensatas y vincularlas a consecuencias sensatas.
»Posteriormente, cuando el niño haya desobedecido una regla, la consecuencia tiene que cumplirse. Debe ser de inmediato, cada vez, sin falta, vez tras vez, sin que importe lo difícil que sea, ni dónde ni cuándo tenga que llevarse a cabo. Los padres tienen que darle prioridad, dedicarle tiempo, desvelarse si es necesario, y nunca jamás darse por vencidos....
»¡Prepárense para la batalla!
»Linda y Carlos Rey.»
El consejo completo, que por falta de espacio no pudimos incluir en esta edición, puede leerse con sólo pulsar el enlace en www.conciencia.net que dice: «Caso de la semana», y luego el enlace que dice: «Caso 26».
miércoles, 13 de mayo de 2009
Un Mensaje a la Conciencia
13 may 09
EL GRAN DERROTADO DE LA GUERRA
por el Hermano Pablo
Guillermo Palmer permaneció cinco años y medio como prisionero de guerra en Vietnam. Al finalizar ese largo y penoso conflicto, Guillermo fue uno de los primeros prisioneros liberados. Con una alegría indescriptible, se dispuso a regresar a su casa en el estado de Pennsylvania.
Mientras viajaba, iba haciendo risueños y rosados planes. En su linda casa propia lo esperaba su bella y joven esposa. Él la había dejado de dieciocho años cuando lo habían llamado a las filas. Ahora ella tenía veintitrés, y estaba más bella que nunca. También lo esperaban, calculaba él, unos cien mil dólares, que eran sus salarios acumulados de cinco años como capitán del ejército.
Pero al llegar, sufrió la más cruel desilusión. ¡Su esposa había cobrado todos sus salarios, y se los había gastado! Había vendido su hermosa casa propia, y ahora otra familia la ocupaba. Para colmo de males, su mujer vivía con otro hombre, que lo había reemplazado como marido.
Todos los sueños de Guillermo Palmer se vinieron abajo de golpe. A pesar de todo, tomó las cosas como venían y puso al mal tiempo buena cara. Lo primero que hizo fue encaminarse al tribunal para solicitar el divorcio de su esposa. Fueron realmente conmovedoras sus palabras ante el juez. Declaró: «Yo soy el gran derrotado de esta guerra.»
Muchos sucesos como éste ocurren en la vida diaria. Los sueños que forjamos, las ilusiones que nos hacemos, los planes optimistas y felices que trazamos con la esperanza de que todo saldrá bien y llegaremos a ser felices y dichosos, suelen desplomarse y desmenuzarse en un instante.
La vida es tan insegura, es tan incierto el destino de los mortales, hay tantas asechanzas ocultas en cada recodo del camino y tantas emboscadas de la mala suerte en cada día, que muchas veces tenemos que decir con tristeza: «Yo soy el gran derrotado de esta guerra que es la vida.»
No obstante, con Cristo podemos ser vencedores, y más que vencedores. Esto no quiere decir que Cristo nos protege de todo mal. Lo que significa es que cuando vivimos con Cristo en nuestro corazón, la vida cambia totalmente de aspecto, y vencemos cualquier calamidad. Abramos, pues, el corazón, para que entre el gran Vencedor del destino y de la muerte.
EL GRAN DERROTADO DE LA GUERRA
por el Hermano Pablo
Guillermo Palmer permaneció cinco años y medio como prisionero de guerra en Vietnam. Al finalizar ese largo y penoso conflicto, Guillermo fue uno de los primeros prisioneros liberados. Con una alegría indescriptible, se dispuso a regresar a su casa en el estado de Pennsylvania.
Mientras viajaba, iba haciendo risueños y rosados planes. En su linda casa propia lo esperaba su bella y joven esposa. Él la había dejado de dieciocho años cuando lo habían llamado a las filas. Ahora ella tenía veintitrés, y estaba más bella que nunca. También lo esperaban, calculaba él, unos cien mil dólares, que eran sus salarios acumulados de cinco años como capitán del ejército.
Pero al llegar, sufrió la más cruel desilusión. ¡Su esposa había cobrado todos sus salarios, y se los había gastado! Había vendido su hermosa casa propia, y ahora otra familia la ocupaba. Para colmo de males, su mujer vivía con otro hombre, que lo había reemplazado como marido.
Todos los sueños de Guillermo Palmer se vinieron abajo de golpe. A pesar de todo, tomó las cosas como venían y puso al mal tiempo buena cara. Lo primero que hizo fue encaminarse al tribunal para solicitar el divorcio de su esposa. Fueron realmente conmovedoras sus palabras ante el juez. Declaró: «Yo soy el gran derrotado de esta guerra.»
Muchos sucesos como éste ocurren en la vida diaria. Los sueños que forjamos, las ilusiones que nos hacemos, los planes optimistas y felices que trazamos con la esperanza de que todo saldrá bien y llegaremos a ser felices y dichosos, suelen desplomarse y desmenuzarse en un instante.
La vida es tan insegura, es tan incierto el destino de los mortales, hay tantas asechanzas ocultas en cada recodo del camino y tantas emboscadas de la mala suerte en cada día, que muchas veces tenemos que decir con tristeza: «Yo soy el gran derrotado de esta guerra que es la vida.»
No obstante, con Cristo podemos ser vencedores, y más que vencedores. Esto no quiere decir que Cristo nos protege de todo mal. Lo que significa es que cuando vivimos con Cristo en nuestro corazón, la vida cambia totalmente de aspecto, y vencemos cualquier calamidad. Abramos, pues, el corazón, para que entre el gran Vencedor del destino y de la muerte.
martes, 12 de mayo de 2009
Un Mensaje a la Conciencia
¿LUNA DE MIEL O LUNA DE HIEL?
por Carlos Rey
Bruno Ríos, de veintinueve años, y su esposa Silvia, de veinte, ambos uruguayos, estaban pasando la luna de miel en Nueva York. Acababan de casarse en su país y se habían dado el lujo de viajar a la llamada Gran Manzana para celebrar los primeros días de su vida como pareja.
Silvia era una joven alegre, expresiva y entusiasta. Radiante de felicidad como estaba, se puso a dar brincos en la cama del hotel de cuatro estrellas en que estaban hospedados, en una habitación que se encontraba en el vigésimo piso.
De pronto dio un salto demasiado alto, perdió el equilibrio, pasó por la ventana abierta y cayó en la calle desde una altura de sesenta metros. Allí, sobre el pavimento neoyorquino, su luna de miel se convirtió en luna de hiel: una luna de sangre, dolor, espanto y muerte. Pocos días antes, cuando sus familiares y amigos brindaban por ellos y les deseaban dicha eterna y una vida pletórica de amor, no se imaginaban que esa luna nueva que se vislumbraba en el cielo conyugal iba a menguar en un instante y a cubrirse de luto, como en un eclipse lunar.
En realidad, nadie sabe lo que le espera a la vuelta de la esquina, porque nadie tiene el dominio de su seguridad. Los accidentes y los desastres ocurren cuando menos los esperamos. Podemos salir de mañana llenos de vida y de salud para realizar negocios prometedores, y por la noche encontrarnos tendidos en una funeraria.
En cambio, lo que sí tiene dominio de nosotros es la inseguridad, y aun más si vivimos en una metrópoli nerviosa y atormentada, saturada de violencia y contaminada de maldad. Hoy más que nunca prevalecen las condiciones de vida que describió Moisés en el Pentateuco, cuando dijo: «Noche y día vivirás en constante zozobra, lleno de terror y nunca seguro de tu vida. Debido a las visiones que tendrás y al terror que se apoderará de ti, dirás en la mañana: “¡Si tan sólo fuera de noche!”, y en la noche: “¡Si tan sólo fuera de día!”»1
La incertidumbre no deja de ser la nota tónica de la vida. En este momento todo marcha a las mil maravillas; pero en un instante podemos despeñarnos por un precipicio, y despertar en el lugar donde hemos de pasar la eternidad. Por eso nos urge vivir con seguridad espiritual. Y esa seguridad la tenemos solamente en Jesucristo.
Cuando Cristo llena nuestra vida, tenemos una noción de la eternidad, y todos los riesgos de la vida carecen de importancia. Así como al apóstol Pablo, nos da lo mismo vivir que morir,2 porque Cristo llega a ser nuestra Luna creciente que despeja todas las tinieblas, alumbra nuestro camino y nos guía hasta la Ciudad que Él mismo iluminará para siempre con su gloria.3
1Dt 28:66-67
2Fil 1:21
3Ap 21:23; 22:5
por Carlos Rey
Bruno Ríos, de veintinueve años, y su esposa Silvia, de veinte, ambos uruguayos, estaban pasando la luna de miel en Nueva York. Acababan de casarse en su país y se habían dado el lujo de viajar a la llamada Gran Manzana para celebrar los primeros días de su vida como pareja.
Silvia era una joven alegre, expresiva y entusiasta. Radiante de felicidad como estaba, se puso a dar brincos en la cama del hotel de cuatro estrellas en que estaban hospedados, en una habitación que se encontraba en el vigésimo piso.
De pronto dio un salto demasiado alto, perdió el equilibrio, pasó por la ventana abierta y cayó en la calle desde una altura de sesenta metros. Allí, sobre el pavimento neoyorquino, su luna de miel se convirtió en luna de hiel: una luna de sangre, dolor, espanto y muerte. Pocos días antes, cuando sus familiares y amigos brindaban por ellos y les deseaban dicha eterna y una vida pletórica de amor, no se imaginaban que esa luna nueva que se vislumbraba en el cielo conyugal iba a menguar en un instante y a cubrirse de luto, como en un eclipse lunar.
En realidad, nadie sabe lo que le espera a la vuelta de la esquina, porque nadie tiene el dominio de su seguridad. Los accidentes y los desastres ocurren cuando menos los esperamos. Podemos salir de mañana llenos de vida y de salud para realizar negocios prometedores, y por la noche encontrarnos tendidos en una funeraria.
En cambio, lo que sí tiene dominio de nosotros es la inseguridad, y aun más si vivimos en una metrópoli nerviosa y atormentada, saturada de violencia y contaminada de maldad. Hoy más que nunca prevalecen las condiciones de vida que describió Moisés en el Pentateuco, cuando dijo: «Noche y día vivirás en constante zozobra, lleno de terror y nunca seguro de tu vida. Debido a las visiones que tendrás y al terror que se apoderará de ti, dirás en la mañana: “¡Si tan sólo fuera de noche!”, y en la noche: “¡Si tan sólo fuera de día!”»1
La incertidumbre no deja de ser la nota tónica de la vida. En este momento todo marcha a las mil maravillas; pero en un instante podemos despeñarnos por un precipicio, y despertar en el lugar donde hemos de pasar la eternidad. Por eso nos urge vivir con seguridad espiritual. Y esa seguridad la tenemos solamente en Jesucristo.
Cuando Cristo llena nuestra vida, tenemos una noción de la eternidad, y todos los riesgos de la vida carecen de importancia. Así como al apóstol Pablo, nos da lo mismo vivir que morir,2 porque Cristo llega a ser nuestra Luna creciente que despeja todas las tinieblas, alumbra nuestro camino y nos guía hasta la Ciudad que Él mismo iluminará para siempre con su gloria.3
1Dt 28:66-67
2Fil 1:21
3Ap 21:23; 22:5
lunes, 11 de mayo de 2009
Un Mensaje a la Conciencia
EL HORNO DE LA AFLICCIÓN
por el Hermano Pablo
Eran seis hombres, los seis dominicanos, que querían escapar del horno de la aflicción. No tenían trabajo. No tenían dinero. No tenían esperanzas. Así que se metieron dentro de un cajón de mercancías de un barco que partía de Santo Domingo hacia Miami, Florida.
Esperaban llegar en menos de veinticuatro horas. Pero tardaron tres días. La temperatura dentro del cajón subió y subió hasta llegar a 54 grados centígrados. Cuatro de los hombres murieron de deshidratación. Pero Daniel Fernández, de diecinueve años de edad, y su amigo Raúl Mesa, de veinticuatro, sobrevivieron.
En medio de ese infernal horno le habían rogado a Dios: «Por favor, Señor, ¡ayúdanos a sobrevivir! ¡No nos dejes morir así!»
¡Cuántos no serán los dramas que ocurren a diario en las diversas fronteras de este mundo! Son los dramas de personas que a toda costa desean salir de su condición precaria debido a la pobreza y el desempleo, y pagan grandes sumas de dinero, dinero que difícilmente consiguen, para que los introduzcan ilegalmente a lo que ellos piensan es la tierra de promisión. Esos jóvenes dominicanos vivieron ese drama.
La frase «el horno de la aflicción» es una frase bíblica (Isaías 48:10) que describe a cabalidad la aflicción de los israelitas durante cuatrocientos años de servicio forzado al faraón de Egipto, y la que pasaron los tres jóvenes hebreos, en tiempos del rey Nabucodonosor, al ser arrojados a un horno en llamas, del cual salieron sin la más mínima quemadura.
Hoy usamos esa frase para denotar algún problema muy serio por el cual estamos pasando, o alguna enfermedad aguda que nos ha atacado, o algún dolor familiar muy grande que nos hace llorar. ¿Qué hacer cuando nos encontramos en tales hornos?
Cuando todo recurso humano ha fallado, siempre está Dios. Y Dios contesta el clamor del necesitado en dos formas. Por una parte, trae el socorro oportuno y libra del horno de la muerte al necesitado. Y por otra, le da al necesitado fe y seguridad de que, estando Dios a cargo del problema, todo va a salir bien. Esta no es siempre una solución inmediata al problema específico que nos acosa. Es más bien una chispa de paz, de tranquilidad, de seguridad, de que Dios, a la larga, nos hará triunfar. La promesa es que «todo el que invoque el nombre del Señor será salvo» (Romanos 10:13). Basta con pedir, creer y recibir. Cristo siempre acude al clamor sincero del necesitado.
por el Hermano Pablo
Eran seis hombres, los seis dominicanos, que querían escapar del horno de la aflicción. No tenían trabajo. No tenían dinero. No tenían esperanzas. Así que se metieron dentro de un cajón de mercancías de un barco que partía de Santo Domingo hacia Miami, Florida.
Esperaban llegar en menos de veinticuatro horas. Pero tardaron tres días. La temperatura dentro del cajón subió y subió hasta llegar a 54 grados centígrados. Cuatro de los hombres murieron de deshidratación. Pero Daniel Fernández, de diecinueve años de edad, y su amigo Raúl Mesa, de veinticuatro, sobrevivieron.
En medio de ese infernal horno le habían rogado a Dios: «Por favor, Señor, ¡ayúdanos a sobrevivir! ¡No nos dejes morir así!»
¡Cuántos no serán los dramas que ocurren a diario en las diversas fronteras de este mundo! Son los dramas de personas que a toda costa desean salir de su condición precaria debido a la pobreza y el desempleo, y pagan grandes sumas de dinero, dinero que difícilmente consiguen, para que los introduzcan ilegalmente a lo que ellos piensan es la tierra de promisión. Esos jóvenes dominicanos vivieron ese drama.
La frase «el horno de la aflicción» es una frase bíblica (Isaías 48:10) que describe a cabalidad la aflicción de los israelitas durante cuatrocientos años de servicio forzado al faraón de Egipto, y la que pasaron los tres jóvenes hebreos, en tiempos del rey Nabucodonosor, al ser arrojados a un horno en llamas, del cual salieron sin la más mínima quemadura.
Hoy usamos esa frase para denotar algún problema muy serio por el cual estamos pasando, o alguna enfermedad aguda que nos ha atacado, o algún dolor familiar muy grande que nos hace llorar. ¿Qué hacer cuando nos encontramos en tales hornos?
Cuando todo recurso humano ha fallado, siempre está Dios. Y Dios contesta el clamor del necesitado en dos formas. Por una parte, trae el socorro oportuno y libra del horno de la muerte al necesitado. Y por otra, le da al necesitado fe y seguridad de que, estando Dios a cargo del problema, todo va a salir bien. Esta no es siempre una solución inmediata al problema específico que nos acosa. Es más bien una chispa de paz, de tranquilidad, de seguridad, de que Dios, a la larga, nos hará triunfar. La promesa es que «todo el que invoque el nombre del Señor será salvo» (Romanos 10:13). Basta con pedir, creer y recibir. Cristo siempre acude al clamor sincero del necesitado.
viernes, 8 de mayo de 2009
Un Mensaje a la Conciencia
PADRES SIN NIÑOS Y NIÑOS SIN PADRES
por el Hermano Pablo
Eran cinco parejas suecas. Cinco parejas de matrimonios jóvenes. Cinco parejas que, a pesar de provenir de distintos lugares y distintas capas sociales, llevaban un mismo rumbo y los guiaba una misma intención.
Estas cinco parejas de matrimonios sin hijos iban para Colombia, en un vuelo de Avianca, a fin de adoptar como hijos a cinco niños colombianos. Era pura casualidad que las cinco parejas tomaran el mismo vuelo. Cada pareja había esperado tres años para que llegara el ansiado momento.
Pero el destino dispuso otra cosa. El avión de Avianca se estrelló en las afueras del aeropuerto de Madrid el domingo 27 de noviembre de 1983. Las cinco parejas murieron en el accidente. Ellas quedaron para siempre sin hijos. Y cinco niños colombianos quedaron sin padres.
La vida está llena de planteos sin solución y de preguntas sin respuesta. Uno podría pensar: si estas cinco parejas de matrimonios jóvenes, ansiando tener un hijo adoptivo, hacían el sacrificio de volar de Suecia a Colombia, de invertir grandes sumas de dinero y de abrir su corazón generosamente a un niño extraño, ¿no debieron haber tenido un final mejor?
¿Por qué tuvieron que tomar precisamente ese avión fatal? ¿Por qué tuvieron que escoger precisamente ese día para volar, pudiendo volar en cualquier otro? ¿Por qué no adoptaron niños de Suecia, que hay muchos, y les habría salido más económico y más fácil, y no ir a buscar niños a Colombia, haciendo un viaje tan largo y con el resultado que tuvieron?
Podemos multiplicar los interrogantes hasta el infinito. Podemos dibujar un gesto amargo en la boca y protestar contra Dios, que es contra quien casi siempre protestamos. Aun podemos musitar una blasfemia.
Sin embargo, ninguna de esas reacciones demostraría sabiduría. No vale la pena enojarse contra hechos cuya razón profunda escapa a nuestros sentidos. Hay hechos incomprensibles, es cierto; hay sucesos que nos parecen terriblemente injustos, es verdad. Pero por encima de todas estas complejidades ingobernables de la vida, hay siempre un Dios de orden y justicia, y Él sabe por qué permite lo que permite.
La fe en un Dios que es Padre bondadoso nos ayuda, si no a entender el porqué de todas las desgracias que nos ocurren, a hallar la resignación, la fortaleza y el estímulo necesarios para seguir adelante. Más vale que invoquemos a Cristo en el momento de dolor incomprensible
por el Hermano Pablo
Eran cinco parejas suecas. Cinco parejas de matrimonios jóvenes. Cinco parejas que, a pesar de provenir de distintos lugares y distintas capas sociales, llevaban un mismo rumbo y los guiaba una misma intención.
Estas cinco parejas de matrimonios sin hijos iban para Colombia, en un vuelo de Avianca, a fin de adoptar como hijos a cinco niños colombianos. Era pura casualidad que las cinco parejas tomaran el mismo vuelo. Cada pareja había esperado tres años para que llegara el ansiado momento.
Pero el destino dispuso otra cosa. El avión de Avianca se estrelló en las afueras del aeropuerto de Madrid el domingo 27 de noviembre de 1983. Las cinco parejas murieron en el accidente. Ellas quedaron para siempre sin hijos. Y cinco niños colombianos quedaron sin padres.
La vida está llena de planteos sin solución y de preguntas sin respuesta. Uno podría pensar: si estas cinco parejas de matrimonios jóvenes, ansiando tener un hijo adoptivo, hacían el sacrificio de volar de Suecia a Colombia, de invertir grandes sumas de dinero y de abrir su corazón generosamente a un niño extraño, ¿no debieron haber tenido un final mejor?
¿Por qué tuvieron que tomar precisamente ese avión fatal? ¿Por qué tuvieron que escoger precisamente ese día para volar, pudiendo volar en cualquier otro? ¿Por qué no adoptaron niños de Suecia, que hay muchos, y les habría salido más económico y más fácil, y no ir a buscar niños a Colombia, haciendo un viaje tan largo y con el resultado que tuvieron?
Podemos multiplicar los interrogantes hasta el infinito. Podemos dibujar un gesto amargo en la boca y protestar contra Dios, que es contra quien casi siempre protestamos. Aun podemos musitar una blasfemia.
Sin embargo, ninguna de esas reacciones demostraría sabiduría. No vale la pena enojarse contra hechos cuya razón profunda escapa a nuestros sentidos. Hay hechos incomprensibles, es cierto; hay sucesos que nos parecen terriblemente injustos, es verdad. Pero por encima de todas estas complejidades ingobernables de la vida, hay siempre un Dios de orden y justicia, y Él sabe por qué permite lo que permite.
La fe en un Dios que es Padre bondadoso nos ayuda, si no a entender el porqué de todas las desgracias que nos ocurren, a hallar la resignación, la fortaleza y el estímulo necesarios para seguir adelante. Más vale que invoquemos a Cristo en el momento de dolor incomprensible
miércoles, 6 de mayo de 2009
Un Mensaje a la Conciencia
UNA MORBOSIDAD INTOLERABLE
por el Hermano Pablo
Eran dieciséis páginas de fotos. Dieciséis páginas de fotografías en blanco y negro y en color, que horrorizaban a algunos, deleitaban a otros y repugnaban a los más. Fotografías de un crimen que sacudió a Francia y el mundo en 1981.
Un joven estudiante japonés, residente en París, había matado y descuartizado a su novia Renee Hartevelt, también estudiante. ¡Y hasta había comido partes del cuerpo de aquella joven holandesa! La revista Photo, que se editaba en París, había reproducido esas fotos secretas en una tirada de 243.000 ejemplares.
Un juez de la ciudad ordenó la confiscación de todos los ejemplares de la revista, y condenó «la atroz morbosidad de la gente que se deleita en tales fotografías».
Fue buena y moralizante la medida del juez. En nombre de la libertad de prensa se está poniendo ante los ojos del público, especialmente ante niños y adolescentes, escenas y relatos que nada tienen de científico, ni edificante ni moralizante.
Y ciertos comerciantes aprovechados y desaprensivos, conscientes de que siempre hay público para tal clase de publicaciones, las imprimen por millares. Así lo sucio y lo denigrante entra en los hogares y contamina la mente de niños y niñas.
No estamos abogando por la supresión de la libertad de prensa, ni estamos pidiendo que se publique una lista de libros y revistas reprobables. Es mejor la libertad de prensa, con todos sus riesgos, que la eliminación total de ella.
A quienes apelamos es a los padres y a las madres. Porque somos nosotros quienes debemos velar por la salud moral y espiritual de nuestros hijos. Así como somos celosos en la calidad de los alimentos que les damos a nuestros hijos, y por nada del mundo les daríamos comida rancia, o tóxica o contaminada, también deberíamos velar por el alimento espiritual que ellos toman.
Que la morbosidad, la obscenidad, la pornografía y la indecencia se la traguen los editores y publicadores de semejante basura, ¡pero no nuestros hijos! Lo que más necesitamos es un movimiento hogareño y familiar que le ponga un dique y un filtro a toda esa literatura.
Si necesitamos inspiración, exhortación, y base moral para tal movimiento, busquémoslas en Cristo. Sólo Él da la fuerza moral suficiente para luchar contra toda forma de corrupción y degradación. Sólo Cristo salva, purifica y mantiene puros al hombre, a la familia y al hogar.
por el Hermano Pablo
Eran dieciséis páginas de fotos. Dieciséis páginas de fotografías en blanco y negro y en color, que horrorizaban a algunos, deleitaban a otros y repugnaban a los más. Fotografías de un crimen que sacudió a Francia y el mundo en 1981.
Un joven estudiante japonés, residente en París, había matado y descuartizado a su novia Renee Hartevelt, también estudiante. ¡Y hasta había comido partes del cuerpo de aquella joven holandesa! La revista Photo, que se editaba en París, había reproducido esas fotos secretas en una tirada de 243.000 ejemplares.
Un juez de la ciudad ordenó la confiscación de todos los ejemplares de la revista, y condenó «la atroz morbosidad de la gente que se deleita en tales fotografías».
Fue buena y moralizante la medida del juez. En nombre de la libertad de prensa se está poniendo ante los ojos del público, especialmente ante niños y adolescentes, escenas y relatos que nada tienen de científico, ni edificante ni moralizante.
Y ciertos comerciantes aprovechados y desaprensivos, conscientes de que siempre hay público para tal clase de publicaciones, las imprimen por millares. Así lo sucio y lo denigrante entra en los hogares y contamina la mente de niños y niñas.
No estamos abogando por la supresión de la libertad de prensa, ni estamos pidiendo que se publique una lista de libros y revistas reprobables. Es mejor la libertad de prensa, con todos sus riesgos, que la eliminación total de ella.
A quienes apelamos es a los padres y a las madres. Porque somos nosotros quienes debemos velar por la salud moral y espiritual de nuestros hijos. Así como somos celosos en la calidad de los alimentos que les damos a nuestros hijos, y por nada del mundo les daríamos comida rancia, o tóxica o contaminada, también deberíamos velar por el alimento espiritual que ellos toman.
Que la morbosidad, la obscenidad, la pornografía y la indecencia se la traguen los editores y publicadores de semejante basura, ¡pero no nuestros hijos! Lo que más necesitamos es un movimiento hogareño y familiar que le ponga un dique y un filtro a toda esa literatura.
Si necesitamos inspiración, exhortación, y base moral para tal movimiento, busquémoslas en Cristo. Sólo Él da la fuerza moral suficiente para luchar contra toda forma de corrupción y degradación. Sólo Cristo salva, purifica y mantiene puros al hombre, a la familia y al hogar.
martes, 5 de mayo de 2009
La Obediencia de Abrahán
Abraham salió de Harán tal como el Señor se lo había ordenado. Tenía setenta y cinco años. Génesis 12:4
Mi padre con 48 años salió del campo y fue a vivir a una ciudad grande para encontrar mejores oportunidades. El no escuchó una voz divina llamándolo para salir de ese lugar, dejó a su familia, su profesión. Pero Abraham escuchó una promesa de bendición para sí mismo y para otros.
Obedecer el llamado de Dios nos puede hacer dejar amigos y familia. Puede requerir hasta dejar nuestro propio trabajo. Puede parecer una locura para nuestros amigos o un riesgo para nuestra familia, pero no siempre. Ni siempre nos trae bendición como a le fue prometido a Abraham. ¡Pero cuando Dios nos llama debemos obedecer!
La Biblia nos dice que Abraham salió. ¿Será que no tuvo lucha o preocupación? ¿No le habrán objetado los miembros de su familia? ¿Sara no le habrá presentado su opinión? Ella también tuvo que dejar su familia y sus amigos. Lot, su sobrino, también les acompañó ¿será que él entendió que había nuevas oportunidades? La Biblia describe a Abraham como hombre de fe, cuya obediencia inmediata es ejemplo para nosotros.
También vemos que Abraham construyó altares como testimonio de su relación con Dios. La verdadera alabanza es una respuesta a Dios cuando lo conocemos.
Piensa
“La paz de todas las cosas está en la obediencia: primero a Dios, después a la justicia”. Quevedo.
Ora
Padre Celestial, ayúdanos a escuchar tu voz y que seamos gratos. Acepta nuestra adoración porque tu nos guías en momentos de incertidumbres. Danos también el poder de obedecerte. Te lo pedimos. Amén.
Abraham salió de Harán tal como el Señor se lo había ordenado. Tenía setenta y cinco años. Génesis 12:4
Mi padre con 48 años salió del campo y fue a vivir a una ciudad grande para encontrar mejores oportunidades. El no escuchó una voz divina llamándolo para salir de ese lugar, dejó a su familia, su profesión. Pero Abraham escuchó una promesa de bendición para sí mismo y para otros.
Obedecer el llamado de Dios nos puede hacer dejar amigos y familia. Puede requerir hasta dejar nuestro propio trabajo. Puede parecer una locura para nuestros amigos o un riesgo para nuestra familia, pero no siempre. Ni siempre nos trae bendición como a le fue prometido a Abraham. ¡Pero cuando Dios nos llama debemos obedecer!
La Biblia nos dice que Abraham salió. ¿Será que no tuvo lucha o preocupación? ¿No le habrán objetado los miembros de su familia? ¿Sara no le habrá presentado su opinión? Ella también tuvo que dejar su familia y sus amigos. Lot, su sobrino, también les acompañó ¿será que él entendió que había nuevas oportunidades? La Biblia describe a Abraham como hombre de fe, cuya obediencia inmediata es ejemplo para nosotros.
También vemos que Abraham construyó altares como testimonio de su relación con Dios. La verdadera alabanza es una respuesta a Dios cuando lo conocemos.
Piensa
“La paz de todas las cosas está en la obediencia: primero a Dios, después a la justicia”. Quevedo.
Ora
Padre Celestial, ayúdanos a escuchar tu voz y que seamos gratos. Acepta nuestra adoración porque tu nos guías en momentos de incertidumbres. Danos también el poder de obedecerte. Te lo pedimos. Amén.
lunes, 4 de mayo de 2009
Un Mensaje a la Conciencia
4 mayo 09
de nuestro puño y letra
CUARENTA Y CINCO AÑOS DE UN MENSAJE A LA CONCIENCIA
por Carlos Rey
Se transmitió por primera vez el 4 de mayo de 1964 en la República de El Salvador. Ese histórico día a nadie se le hubiera ocurrido que en el transcurso de cuarenta y cinco años se difundiría, sin interrupción, más de catorce mil veces de lunes a sábado, no sólo por radio sino también por televisión, por la prensa escrita y vía Internet, y no en un solo país de Centroamérica sino en treinta países del mundo. De ahí que la voz de Pablo Finkenbinder, conocido internacionalmente como el Hermano Pablo, tal vez haya llegado a ser la voz más escuchada en todo el mundo hispanohablante. Y de ahí la magnitud de la responsabilidad que le entregó a este servidor, Carlos Rey, ya que a partir de 1996 el Hermano Pablo, a los setenta y cinco años de edad, deseando un merecido descanso del ajetreo diario de la preparación y producción de UN MENSAJE A LA CONCIENCIA, dejó de grabar mensajes suyos. El reconocido veterano de los medios de comunicación decidió que a partir de esa fecha todos los nuevos mensajes los grabaría su sucesor.
En 1970 se produjeron setenta y dos MENSAJES A LA CONCIENCIA en cintas de 16 milímetros, que se comenzaron a transmitir por televisión en Lima, Perú. Pero no fue sino hasta 1980 que se produjeron los primeros cien programas en video, lo que abrió paso a una distribución más amplia por televisión.
La primera columna de prensa del Hermano Pablo fue publicada en 1971 en la Prensa Gráfica de El Salvador. La primera columna electrónica de UN MENSAJE A LA CONCIENCIA, vía Internet, apareció en www.conciencia.net en 1998, y actualmente en ese sitio, las veinticuatro horas del día, se pueden leer, escuchar e incluso ver en video todos los mensajes difundidos desde marzo del 2004.
Tal vez la descripción más acertada que se le ha dado a UN MENSAJE A LA CONCIENCIA sea la que le dio el gerente general de Panamericana Televisión en Lima, Perú, quien calificó el programa como espiritual sin ser religioso. El Hermano Pablo mismo, desde el principio, se propuso «ser la voz de Dios a la conciencia de todo hispanohablante del mundo». En uno de sus mensajes, él resume esa declaración de misión en las siguientes palabras: «No ando buscando fantasmas ni levantando luces rojas. No soy ni sensacionalista ni fanático. Solamente hago un llamado a la conciencia e invito a la reflexión.»
Cumplidos cuarenta y cinco años, UN MENSAJE A LA CONCIENCIA se difunde casi cinco mil veces al día en todo el mundo de habla hispana. Sin lugar a dudas, el Hermano Pablo logró su objetivo de ser la voz de Dios a nuestra conciencia. Pero la visión del Hermano Pablo se extiende más allá de su objetivo inicial. Para que UN MENSAJE A LA CONCIENCIA tenga un futuro tan prometedor como su pasado, tiene que seguir llegando a la conciencia del pueblo hispano para rescatar los valores perdidos de nuestra sociedad. Determinemos cada uno que vamos a contribuir a extender esa visión. Abracemos individualmente esos valores culturales, morales y espirituales, y defendámoslos a capa y espada para así legarles a las futuras generaciones un mundo mejor, transformado por el poder y la gracia de Jesucristo.
Gloria a Dios por este programa que tanto bien hace a la Iglesia de Jesucristo en todo el Mundo.Felicitaciones Equipo del Hermano Pablo.Dios los Bendiga y derrame su Espiritu Santo sobre todos ustedes.En el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Amén
de nuestro puño y letra
CUARENTA Y CINCO AÑOS DE UN MENSAJE A LA CONCIENCIA
por Carlos Rey
Se transmitió por primera vez el 4 de mayo de 1964 en la República de El Salvador. Ese histórico día a nadie se le hubiera ocurrido que en el transcurso de cuarenta y cinco años se difundiría, sin interrupción, más de catorce mil veces de lunes a sábado, no sólo por radio sino también por televisión, por la prensa escrita y vía Internet, y no en un solo país de Centroamérica sino en treinta países del mundo. De ahí que la voz de Pablo Finkenbinder, conocido internacionalmente como el Hermano Pablo, tal vez haya llegado a ser la voz más escuchada en todo el mundo hispanohablante. Y de ahí la magnitud de la responsabilidad que le entregó a este servidor, Carlos Rey, ya que a partir de 1996 el Hermano Pablo, a los setenta y cinco años de edad, deseando un merecido descanso del ajetreo diario de la preparación y producción de UN MENSAJE A LA CONCIENCIA, dejó de grabar mensajes suyos. El reconocido veterano de los medios de comunicación decidió que a partir de esa fecha todos los nuevos mensajes los grabaría su sucesor.
En 1970 se produjeron setenta y dos MENSAJES A LA CONCIENCIA en cintas de 16 milímetros, que se comenzaron a transmitir por televisión en Lima, Perú. Pero no fue sino hasta 1980 que se produjeron los primeros cien programas en video, lo que abrió paso a una distribución más amplia por televisión.
La primera columna de prensa del Hermano Pablo fue publicada en 1971 en la Prensa Gráfica de El Salvador. La primera columna electrónica de UN MENSAJE A LA CONCIENCIA, vía Internet, apareció en www.conciencia.net en 1998, y actualmente en ese sitio, las veinticuatro horas del día, se pueden leer, escuchar e incluso ver en video todos los mensajes difundidos desde marzo del 2004.
Tal vez la descripción más acertada que se le ha dado a UN MENSAJE A LA CONCIENCIA sea la que le dio el gerente general de Panamericana Televisión en Lima, Perú, quien calificó el programa como espiritual sin ser religioso. El Hermano Pablo mismo, desde el principio, se propuso «ser la voz de Dios a la conciencia de todo hispanohablante del mundo». En uno de sus mensajes, él resume esa declaración de misión en las siguientes palabras: «No ando buscando fantasmas ni levantando luces rojas. No soy ni sensacionalista ni fanático. Solamente hago un llamado a la conciencia e invito a la reflexión.»
Cumplidos cuarenta y cinco años, UN MENSAJE A LA CONCIENCIA se difunde casi cinco mil veces al día en todo el mundo de habla hispana. Sin lugar a dudas, el Hermano Pablo logró su objetivo de ser la voz de Dios a nuestra conciencia. Pero la visión del Hermano Pablo se extiende más allá de su objetivo inicial. Para que UN MENSAJE A LA CONCIENCIA tenga un futuro tan prometedor como su pasado, tiene que seguir llegando a la conciencia del pueblo hispano para rescatar los valores perdidos de nuestra sociedad. Determinemos cada uno que vamos a contribuir a extender esa visión. Abracemos individualmente esos valores culturales, morales y espirituales, y defendámoslos a capa y espada para así legarles a las futuras generaciones un mundo mejor, transformado por el poder y la gracia de Jesucristo.
Gloria a Dios por este programa que tanto bien hace a la Iglesia de Jesucristo en todo el Mundo.Felicitaciones Equipo del Hermano Pablo.Dios los Bendiga y derrame su Espiritu Santo sobre todos ustedes.En el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Amén
sábado, 2 de mayo de 2009
Un Mensaje a la Conciencia
¿LIBERTAD O LIBERTINAJE?
por Carlos Rey
Era una fiesta animada, como muchas de las fiestas juveniles de fines del siglo veinte: una fiesta con amigos, con música rock, con abundancia de cerveza y con el espeso humo de cigarrillos. En la sala había una mujer acostada, con una lata de cerveza en una mano y un cigarrillo en la otra.
Pero algo extraño estaba pasando, y tuvo que intervenir la policía de Arkansas, Estados Unidos. La mujer acostada en plena sala era la madre de Johnny Harrison, el organizador de la fiesta. Y lo más chocante y hasta macabro es que estaba muerta, dentro de un ataúd. Al hijo de la mujer lo acusaron de profanación de cadáver y lo multaron con cinco mil dólares.
En su defensa, Johnny Harrison alegó que su madre le había pedido que, cuando ella muriera, la despidieran con una fiesta. Pero difícilmente se habría imaginado ella que su despedida llegara al colmo de convertirse en orgía.
No hay duda de que estamos viviendo en tiempos en que ocurren cosas muy extrañas. El caso de Johnny Harrison obedece a ese fenómeno que, aunque no se ve todos los días, manifiesta de un modo patente el menosprecio y el desdén hacia los valores morales y espirituales. Ese desprecio, tarde o temprano, ha de llevarnos a la ruina. Pues así como la civilización comenzó cuando el hombre cavó la primera sepultura, en señal de respeto por sus muertos, terminará cuando deje de honrar a sus difuntos, en señal de haber cavado su última sepultura: la de su conciencia.
¿A qué se debe esa falta de respeto y aprecio por los valores morales que alguna vez tuvimos por sagrados? En definitiva, no se debe a que hayamos llegado a un punto superior de evolución, sino precisamente a lo contrario. Hemos perdido el pudor, la vergüenza, la dignidad y el respeto a todo lo que antes venerábamos porque hemos confundido la libertad con el libertinaje a tal grado que algún día las generaciones futuras dirán de nosotros lo que se decía de quienes vivían en la época de los jueces bíblicos: que cada uno hacía lo que le daba la gana.1 Pues hemos tomado nuestras libertades fundamentales —la libertad de pensamiento, la libertad de conciencia y la libertad de expresión— y las hemos llevado al extremo de convertirlas en licencia para practicar la inmoralidad, la deshonestidad, la lujuria, la lascivia, la perversidad, la bestialidad, la obscenidad y la profanidad. Si no es así, ¿cómo se explica que la pornografía se haya convertido en la actividad más lucrativa del mundo actual?
Con todo, no es demasiado tarde para recuperar esos valores perdidos. Sólo tenemos que volver sobre nuestros primeros pasos y acudir a Dios, en reconocimiento del valor de sus leyes morales y espirituales, y que pedirle, como el salmista, que nos dé entendimiento para seguir esas leyes y cumplirlas de todo corazón.2.Si el pecado ha abundado en tú vida, hoy es el momento de que abunde la gracia de nuestro Señor Jesucristo.Ven ahora, hoy es el día de Salvación; busquémolo mientras puede ser hallado.
1Jue 17:6; 21:25
2Sal 119:34
por Carlos Rey
Era una fiesta animada, como muchas de las fiestas juveniles de fines del siglo veinte: una fiesta con amigos, con música rock, con abundancia de cerveza y con el espeso humo de cigarrillos. En la sala había una mujer acostada, con una lata de cerveza en una mano y un cigarrillo en la otra.
Pero algo extraño estaba pasando, y tuvo que intervenir la policía de Arkansas, Estados Unidos. La mujer acostada en plena sala era la madre de Johnny Harrison, el organizador de la fiesta. Y lo más chocante y hasta macabro es que estaba muerta, dentro de un ataúd. Al hijo de la mujer lo acusaron de profanación de cadáver y lo multaron con cinco mil dólares.
En su defensa, Johnny Harrison alegó que su madre le había pedido que, cuando ella muriera, la despidieran con una fiesta. Pero difícilmente se habría imaginado ella que su despedida llegara al colmo de convertirse en orgía.
No hay duda de que estamos viviendo en tiempos en que ocurren cosas muy extrañas. El caso de Johnny Harrison obedece a ese fenómeno que, aunque no se ve todos los días, manifiesta de un modo patente el menosprecio y el desdén hacia los valores morales y espirituales. Ese desprecio, tarde o temprano, ha de llevarnos a la ruina. Pues así como la civilización comenzó cuando el hombre cavó la primera sepultura, en señal de respeto por sus muertos, terminará cuando deje de honrar a sus difuntos, en señal de haber cavado su última sepultura: la de su conciencia.
¿A qué se debe esa falta de respeto y aprecio por los valores morales que alguna vez tuvimos por sagrados? En definitiva, no se debe a que hayamos llegado a un punto superior de evolución, sino precisamente a lo contrario. Hemos perdido el pudor, la vergüenza, la dignidad y el respeto a todo lo que antes venerábamos porque hemos confundido la libertad con el libertinaje a tal grado que algún día las generaciones futuras dirán de nosotros lo que se decía de quienes vivían en la época de los jueces bíblicos: que cada uno hacía lo que le daba la gana.1 Pues hemos tomado nuestras libertades fundamentales —la libertad de pensamiento, la libertad de conciencia y la libertad de expresión— y las hemos llevado al extremo de convertirlas en licencia para practicar la inmoralidad, la deshonestidad, la lujuria, la lascivia, la perversidad, la bestialidad, la obscenidad y la profanidad. Si no es así, ¿cómo se explica que la pornografía se haya convertido en la actividad más lucrativa del mundo actual?
Con todo, no es demasiado tarde para recuperar esos valores perdidos. Sólo tenemos que volver sobre nuestros primeros pasos y acudir a Dios, en reconocimiento del valor de sus leyes morales y espirituales, y que pedirle, como el salmista, que nos dé entendimiento para seguir esas leyes y cumplirlas de todo corazón.2.Si el pecado ha abundado en tú vida, hoy es el momento de que abunde la gracia de nuestro Señor Jesucristo.Ven ahora, hoy es el día de Salvación; busquémolo mientras puede ser hallado.
1Jue 17:6; 21:25
2Sal 119:34
viernes, 1 de mayo de 2009
Un Mensaje a la Conciencia
EJEMPLO DE RECTITUD, INTEGRIDAD Y JUSTICIA
por el Hermano Pablo
El espectáculo era apasionante, al extremo de ser morboso. Unas cincuenta personas lo contemplaban ávidamente. Se trataba de una joven de dieciséis años de edad, de la ciudad Ho Chi Min, en la antigua Saigón. Ella intentaba suicidarse, arrojándose de un alto puente al río que corría abajo. Las cincuenta personas, sin corazón, le gritaban: «¡Tírate! ¡Tírate!» Y en un momento dado, la adolescente, en efecto, se lanzó al agua.
Nueve personas corrieron al borde del puente para verla caer al agua. El peso acumulado rompió el frágil puente, y las nueve cayeron al abismo. Pero, cosa curiosa, la joven suicida se salvó, pues lograron rescatarla, mientras que los nueve mórbidos curiosos perecieron en las aguas.
A la gente como que le gusta los espectáculos morbosos, truculentos, dramáticos, trágicos; especialmente el espectáculo que dan los presuntos suicidas. Los espectadores no acuden necesariamente para mostrarles cariño y aconsejarles que conserven la vida. Al contrario, ansiosos de sangre y de desgracia ajena, gritan: «¡Tírate! ¡Tírate!»
Dicen que cuando se junta una multitud, el nivel intelectual de la gente desciende al del más bruto. Lo mismo pasa con el sentido moral. Éste también baja de grado conforme aumenta el monto de gente congregada.
«Las multitudes —concluyó Goethe— oyen mejor los gritos que las razones.» Cuanta más gente se reúne en un lugar para vociferar y gritar, más baja el nivel de humanidad, y más sube el nivel de inhumanidad.
¿Será por eso que nuestros jóvenes caen tan fácilmente en la desgracia de la inmoralidad y el materialismo? «Todos lo hacen», es la excusa que ofrecen, y siguiendo el rumbo del montón, se reducen al nivel del menor común denominador.
¿Dónde está el joven recto? ¿Dónde está el líder íntegro? ¿Por qué tiene que ser el perverso, el injurioso, el malo, el que atrae la atención?
Dios ha creado a todo joven como un individuo. Cada uno es un ser único. No hay nada en el mundo entero que lo obligue a ser como los demás. Es un individuo en el sentido más estricto de la palabra. Más vale que no deshonre su individualidad, ni sacrifique su decencia, ni se rebaje al nivel del montón, sino que sea el líder sano, recto y fuerte que este mundo tanto necesita.
Jesucristo establece el dechado para nuestra vida. Él se atrevió a ser diferente de todos los demás, dando ejemplo de rectitud, integridad y justicia. Sigamos su ejemplo. Ser recto en toda causa es mil veces más grato que recibir el aplauso del montón. Atrevámonos a ser personas dignas de confianza.
por el Hermano Pablo
El espectáculo era apasionante, al extremo de ser morboso. Unas cincuenta personas lo contemplaban ávidamente. Se trataba de una joven de dieciséis años de edad, de la ciudad Ho Chi Min, en la antigua Saigón. Ella intentaba suicidarse, arrojándose de un alto puente al río que corría abajo. Las cincuenta personas, sin corazón, le gritaban: «¡Tírate! ¡Tírate!» Y en un momento dado, la adolescente, en efecto, se lanzó al agua.
Nueve personas corrieron al borde del puente para verla caer al agua. El peso acumulado rompió el frágil puente, y las nueve cayeron al abismo. Pero, cosa curiosa, la joven suicida se salvó, pues lograron rescatarla, mientras que los nueve mórbidos curiosos perecieron en las aguas.
A la gente como que le gusta los espectáculos morbosos, truculentos, dramáticos, trágicos; especialmente el espectáculo que dan los presuntos suicidas. Los espectadores no acuden necesariamente para mostrarles cariño y aconsejarles que conserven la vida. Al contrario, ansiosos de sangre y de desgracia ajena, gritan: «¡Tírate! ¡Tírate!»
Dicen que cuando se junta una multitud, el nivel intelectual de la gente desciende al del más bruto. Lo mismo pasa con el sentido moral. Éste también baja de grado conforme aumenta el monto de gente congregada.
«Las multitudes —concluyó Goethe— oyen mejor los gritos que las razones.» Cuanta más gente se reúne en un lugar para vociferar y gritar, más baja el nivel de humanidad, y más sube el nivel de inhumanidad.
¿Será por eso que nuestros jóvenes caen tan fácilmente en la desgracia de la inmoralidad y el materialismo? «Todos lo hacen», es la excusa que ofrecen, y siguiendo el rumbo del montón, se reducen al nivel del menor común denominador.
¿Dónde está el joven recto? ¿Dónde está el líder íntegro? ¿Por qué tiene que ser el perverso, el injurioso, el malo, el que atrae la atención?
Dios ha creado a todo joven como un individuo. Cada uno es un ser único. No hay nada en el mundo entero que lo obligue a ser como los demás. Es un individuo en el sentido más estricto de la palabra. Más vale que no deshonre su individualidad, ni sacrifique su decencia, ni se rebaje al nivel del montón, sino que sea el líder sano, recto y fuerte que este mundo tanto necesita.
Jesucristo establece el dechado para nuestra vida. Él se atrevió a ser diferente de todos los demás, dando ejemplo de rectitud, integridad y justicia. Sigamos su ejemplo. Ser recto en toda causa es mil veces más grato que recibir el aplauso del montón. Atrevámonos a ser personas dignas de confianza.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)