26 mayo 09
de nuestro puño y letra
EL HUÉRFANO Y LA VIUDA
por Carlos Rey
—Mamá, Luis eh... huérfano, ¿verdad? No eh hijo suyo...
—¡Luis eh mihijo[, Juanita]! ¡Eh mihijo!
—Sí, mamá, ya sé. Eh como si fuera su hijo. Pero eh hijo de mi padre y de....
—¿Y tú, cómo lo supihte[, Juanita]?
—En el barrio la gente hablaba...
—Y te lo tenían que decir a ti. ¡La gente eh mala, mala!
—¿Y qué mah da? Yo soy mujer, mamá. Entiendo de ehtah cosah. A máh que no importa. Luis eh mi hermano. Siempre ha sío mi hermano. Aunque él no lo sepa, yo...
—¡Pero lo sabe[, Juanita]! ¡Eso eh lo tremendo, que lo sabe!
—¿Lo sabe?
—Sí, nunca me lo ha dicho. Esah cosah no hay que decirla. Pero lo sabe. Y me quiere máh por eso.... ¿Por qué tú creeh que se ehtasaja trabajando como un animal? Porque quiere darme la felisidá a la brava. Porque piensa que pa mí la felisidá eh tener cosah que anteh yo no tenía. ¡Pobre hijo mío! ¡Qué poquito sabe de la felisidá!
—¿Y por qué no habla con él[, mamá]?
—¿Y qué voy a desirle? Tengo mieo de que puea adivinar máh de la cuenta.
—Pero él ya sabe...
—Lo que él adivina no eh máh que la mitad. Pero no sabe la verdá, toa la verdá.
—¿Qué verdá, mamá?
—Juanita, ehto no lo sabe nadie. Ni siquiera la mala gente del barrio. Y Luis no debe saberlo. No debe saberlo nunca.
—No lo sabrá, mamá. Se lo juro por Dióh Santísimo.
—Tu pae tuvo una quería anteh de casarse conmigo. Poco dehpuéh del casorio me dijo que tenía... un hijo de ella, que si yo quería criarlo él lo reconosería y le daría nombre. Le dije que sí. Lo trajo y lo bautisamoh como si fuera nuehtro. La mujer aquella se enquerió con otro, y un día me la encontré en el pueblo. Me dijo entonseh una cosa tremenda. Que Luis no era hijo de mi marío, que ella ehtaba ensinta cuando conoció a mi hombre. Dende entonseh toa mi vida la dediqué a evitar que el difunto se enterara de la verdá. Porque pa él, con lo agentao y pretensioso que era con lah mujereh, eso hubiera sío un gorpe terrible. Y murió sin saberlo. Murió queriendo a Luis máh que a ninguno de uhtedeh.
—¡Mamá, uhté eh una santa!
—¡Una santa! ¡Una santa! Si hubiera sío una santa hubiera podío jaser el milagro de darle la felisidá a ese hijo mío. Hubiera podío jaser que no sintiera la farta de una madre. Pero Luis siempre ha sío un huéfano. ¿No lo veh perdío en ehte mundo que no eh el dél? ¿No te dah cuenta que se la pasa buhcando, como un cabrito perdío que no encuentra a su madre?
—¿Será eso lo que buhca..., mamá?
—No sé[, Juanita]. No sé. Sólo sé que se me ehtá volviendo loco. Loco de pena porque no encuentra lo que buhca.1
En este drama puertorriqueño que lleva por título La carreta, el autor René Marqués presenta con notable fidelidad a las mujeres de la familia campesina que lo protagonizan, entre las que se destaca la madre de cincuenta años. Es extraordinaria y conmovedora la ternura con que Doña Gabriela trata a Luis, su hijo de crianza. Sólo le falta comprender que el Dios Santísimo, por el que jura su hija Juanita, es lo que Luis busca, sin encontrarlo. Porque Dios es padre del huérfano,2 y se compadece de él y lo ayuda.3 El Padre celestial defiende la causa del huérfano y de la viuda, y los sostiene.4
1 René Marqués, La carreta (San Juan, Puerto Rico: Editorial Cultural, 1983), pp. 160‑62.
2 Sal 68:5
3 Os 14:3; Sal 10:14
4 Dt 10:18; Sal 68:5; 146:9
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