CON LA MUERTE EN LAS ENTRAÑAS
por Carlos Rey
Ocurrió en agosto de 1974, en el aeropuerto internacional Jorge Chávez de Lima, Perú. La gente entraba y salía, con el nerviosismo propio de un aeropuerto, cuando de pronto un hombre corpulento, de tez bronceada, lanzó un grito desgarrador y cayó al suelo echando espumarajos. Mientras se retorcía de dolor, atormentado por las convulsiones, las autoridades del aeropuerto llamaron una ambulancia. En cuestión de segundos su rostro se puso blanco como la cera.
Se trataba de Curtis Melvin Carnes, norteamericano de veintisiete años de edad, oriundo de la ciudad de Austin, capital del estado de Texas en los Estados Unidos. Lo llevaron de emergencia al hospital, pero ya era demasiado tarde. Falleció poco después de haber entrado en la sala de operaciones.
Al hacerle la autopsia, los médicos forenses casi no podían creer lo que estaban viendo. Había en el estómago de aquel individuo 123 bolsitas de plástico que contenían 335 gramos de clorhidrato de cocaína.
La muerte del contrabandista se debió a un edema pulmonar por intoxicación, al reventarse doce de las bolsas en su estómago. Esta tragedia fue el inicio de una investigación minuciosa cuyo fin era desmantelar las actividades de una bien montada banda internacional de narcotraficantes.
Días después las autoridades detuvieron a otro norteamericano, llamado Thomas Wolfe, universitario de veintitrés años, a quien ingresaron en un hospital, donde expulsó veintitrés bolsitas de plástico, también llenas de droga.
¿Qué hace que una persona se disponga a llevar la muerte misma en las entrañas? Una cosa es ingerir la droga en pequeñas dosis, y otra es llevarla dentro en dosis letales. Y sin embargo se han visto muchos casos de individuos que han corrido el enorme riesgo de tragarse ese veneno en bolsitas plásticas a fin de llevarlo de contrabando dentro del cuerpo.
Para los que pensamos que esto no tiene nada que ver con nosotros, tal vez nos convenga volver a pensarlo. Aunque no llevemos ninguna droga por dentro, es posible que sí llevemos otra clase de veneno en las entrañas. ¿Acaso no son el odio y el resentimiento, la codicia y los celos, venenos que tarde o temprano nos consumirán si no los eliminamos a tiempo?
Si llevamos ese veneno en las entrañas, más vale que le pidamos a Dios que saque de nuestro corazón toda bolsa de veneno mortal antes de que estalle en nosotros. Para eso envió Él a su Hijo Jesucristo al mundo: para limpiarnos de todo lo que nos contamina.
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