¿Me amo a mí mismo?
He aquí la “sorpresa” de la lección de ayer: el punto de referencia para amar a los demás es nuestro amor por nosotros mismos. “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:39).
¿Cómo nos debemos amar a nosotros mismos? El concepto de Jesús sobre el amor a nosotros mismos no tiene nada que ver con el cansón repiqueteo de la psicología popular de hoy: “sentirnos bien con respecto a nosotros mismos” es todo lo que importa. Los que se dedican al mercadeo enlazan con estridencia ese “sentirse bien” con la compra de todo, desde las píldoras de energía hasta los aparatos que nos ayudan a fabricarnos unos bíceps monstruosos; desde unas manicuras fabulosas hasta unos monstruosos aparatos de televisión; desde los autos que se pegan a la carretera hasta las vacaciones más fantásticas.
Aunque eso de “sentirse bien” podría tener su lugar (y no estoy haciendo campaña contra las cosas que adquirimos), lo más frecuente es que esas adquisiciones y esa actividad incesante sólo sean mecanismos de escape que nunca satisfacen plenamente. De hecho, cuando probamos todos los “elíxires” y no nos dan lo que buscamos, muchas veces nos sentimos desalentados o deprimidos, como resultado del intento por llenar nuestro vacío de maneras equivocadas. Lo que Dios nos proporciona va más allá de los sentimientos y de las cosas. Nuestras necesidades más profundas son satisfechas siempre sólo por Él. Hace siglos, Agustín escribía: “Nos hiciste, Señor, para ti, e inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en ti”.
Ahora que usted se ha acercado a Cristo y “todas las cosas han sido hechas nuevas”, todo este asunto de la imagen que tiene de sí mismo recibe una gran renovación… y se convierte en la base para que se ame a sí mismo. (No se preocupe, que aún puede seguir usando ropa elegante y echándose gel en el cabello).
Aquí tiene dos claves para su nueva imagen de sí mismo.
Primera clave: Usted no se puede amar a sí mismo a partir de su naturaleza humana caída, por mucho que la embellezca, la eduque o la mime. Tiene que enfrentarse a la dura realidad de que, lejos de Cristo, usted “no es nada”. Pedro, citando al profeta Isaías, dice: “Toda carne es como hierba, y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae” (1 Pedro 1:24). En nuestros momentos de sinceridad, nos podemos identificar con el salmista cuando afirma: “Mas yo soy gusano” (Salmo 22:6).
Segunda clave: Usted se debe amar a sí mismo a partir del amor que Dios le tiene. En primer lugar, se tiene que ver como Dios le ve: como alguien que tiene para Él un valor increíble. Él lo creó de acuerdo a su propia imagen (vea Génesis 1:26). Lo conocía, incluso antes que usted naciera (vea Salmo 139:13-16). Lo ama tanto, que se entregó por usted (vea Juan 3:16). Lo creó para que viviera con Él en esta vida y en la eternidad (vea 1 Tesalonicenses 5:10).
En ese caso, ¿cómo se debe ver a sí mismo? Usted es uno de los hijos de Dios, con un valor incalculable (porque Él pagó un gran precio por usted a través del sacrificio de Jesús en la cruz). Usted tiene un inmenso valor ante los ojos de Él, está lleno de su Espíritu, forma parte de su cuerpo, ha sido enviado a realizar los grandiosos designios que Él tiene para su vida, y es objeto de su gran amor y de su afecto. Sobre esta base, usted puede alimentar su alma y su espíritu con cosas buenas, cuidar de su cuerpo, disciplinar los aspectos desordenados que haya en su vida, disfrutar de su comunión con Él y con los demás y dedicar sus mejores energías al servicio de Él. Aunque tropiece, por medio de su gracia aprenderá de sus errores, recibirá el perdón y finalmente, acabará la carrera que ha sido puesta delante de usted (vea 2 Timoteo 4:7).
Como alguien a quien Dios ama con intensidad, y no como alguien con un ego lleno de arrogancia, usted se puede amar a sí mismo, y entonces, “amar a su prójimo como a sí mismo”.
Texto bíblico clave Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es el que os llama, el cual también lo hará (1 Tesalonicenses 5:23-24).
Texto bíblico clave Yo tengo un valor infinito, porque le pertenezco a Cristo.
© JOHN D. BECKETT
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