miércoles, 8 de julio de 2009

DIA 6 AMAR A DIOS

¿Cómo le debo responder a Dios?

Desde el mismo instante en que comenzamos a captar lo mucho que Dios nos ama, de nuestro interior surge un profundo anhelo de corresponder a ese amor.

Supongamos que usted estuviera caminando por un espeso bosque, que se saliera del sendero y se extraviara. Cae la noche y todo se vuelve oscuro y frío. Usted no tiene comida ni agua. Lo acecha el peligro procedente de los animales del bosque. Frenéticamente, sigue adelante, dando tropiezos, sin sentido de dirección alguno. El temor lo roe por dentro: “Tal vez nunca salga a un lugar donde esté seguro”.

Precisamente cuando se está desvaneciendo toda su esperanza, sus asustados ojos ven una débil luz a la distancia. De repente comprende: “¡Hay alguien que me está buscando!” La luz cada vez brilla más. Viene hacia usted. Entonces usted grita: “¡Estoy aquí!” Le llega la respuesta: “¡Siga llamando!” Un momento más tarde, aparece el que lo ha venido a rescatar, vestido con el inconfundible uniforme de guarda forestal; alguien que conoce las profundidades del bosque y el camino de vuelta a casa. Bajo aquella pálida luz, usted estudia su rostro bondadoso y paternal. Él lo va guiando continuamente de vuelta a la seguridad. Cuando por fin el guarda lo lleva hasta la puerta de su casa, le dice: “Ahora está a salvo”. Con un alegre alivio, usted le responde de la única forma que puede: con una profunda gratitud. “¿Cómo se lo podría pagar?”, le pregunta, sabiendo que no habría pago alguno que fuera suficiente.

De esa misma manera, nuestro Padre celestial nos ha rescatado. Nuestra situación era más desesperada de lo que nosotros nos habríamos podido imaginar jamás. No habríamos podido salir a lugar seguro por nuestra propia cuenta. Estábamos buscando a tientas frenéticamente en medio de una oscuridad absoluta, cuando Él llegó y nos guió personalmente hasta el hogar. Nos redimió de un peligro mortal.

Tal vez ésa fuera la sensación de gratitud que tenía el apóstol Juan cuando proclamó: “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4:19).

No tendría nada de extraño que usted tuviera en la mente alguna imagen distorsionada de lo que es su Padre celestial. Yo mismo me he hecho muchas imágenes falsas; según el momento, era un “poder más alto”, o un severo y temible juez. Pero una vez que vi su amor incondicional por mí, un amor que no afectaba lo que yo era ni todo lo que había hecho, mi corazón pudo decir: “Padre, te amo”. Lo asombroso es que Dios no sólo nos ama, sino que en realidad nos creó para que pudiéramos corresponder a su amor.

¿Con cuánta profundidad debemos amar a Dios? Jesús, quien conocía íntimamente al Padre, dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Marcos 12:30). Todas nuestras facultades entran en juego. La palabra “todo” no deja nada fuera. Amar al Padre hasta ese punto es algo que me engrandece a mí continuamente, porque significa darle todo lo que yo soy a Aquél que lo dio todo por mí.

Mi corazón se ensancha —y yo pienso que lo mismo le sucede al corazón de Dios— cuando yo derramo de manera espontánea y generosa mi amor sobre Él, expresándole mi afecto y mi gratitud.
Texto bíblico clave En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo (Efesios 2:12, 13).
Pensamiento clave Voy a dejar que estas palabras me salgan frecuentemente y con facilidad: “Señor, te amo”.

© JOHN D. BECKETT

No hay comentarios:

Publicar un comentario