miércoles, 8 de julio de 2009

DIA 21 LA ORACIÓN

Por Wendy Beckett.

¿Cómo le hablo a mi Padre del cielo?

Es un privilegio maravilloso el que podamos hablar con el Señor de todo el cielo y de la tierra en cualquier momento del día o de la noche. Y le podemos hablar de cualquier tema. No necesitamos usar oraciones formales escritas, aunque si nos sentimos más cómodos con ellas, está bien que lo hagamos.

Un día, los discípulos de Jesús le hicieron una pregunta clave: “¿Nos puedes enseñar a orar?” Ellos habían observado que Jesús pasaba mucho tiempo hablando sosegadamente con su Padre celestial. La oración que Él les sugirió es también un modelo para nosotros:

Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén (Mateo 6:9-13).

Esta oración es tan útil, porque establece con toda reverencia nuestro centro de atención en nuestro Padre celestial, le pide que intervenga en nuestros asuntos terrenales, pone delante de Él nuestras necesidades en cuanto a provisión, perdón y protección, y termina glorificándolo a Él y a su gran poder.

Así como son excelentes para la adoración, los Salmos de David también son útiles ejemplos sobre la forma en que podemos hablar con nuestro Padre celestial. A Él le encanta que nos le acerquemos simplemente, así como a un padre celestial le encanta que sus hijos se le sienten en las rodillas y le digan todo lo que tienen en la mente.

Muchos de los Salmos son clamores dirigidos al Señor para pedirle ayuda en tiempos de tribulación. Los Salmos 17, 28, 61, 64, 70 y 86 son todos ejemplos de momentos en los que David clamó al Señor para que lo oyera y lo protegiera de sus enemigos. Algunas veces, hacia el final del Salmo queda claro que David sabe ya por fe que el Señor ha escuchado su clamor pidiéndole ayuda.

Ésta es la clave: Háblele a Jesús como uno le habla a su mejor Amigo. Comience dándole gracias y alabándolo por el gran amor que le tiene. Después háblele de sus preocupaciones. Le puede hablar de todo. Él ya lo sabe, así que no piense que lo va a tomar por sorpresa.

Cuando sepa que lo ha desilusionado, en lugar de distanciarse de Él, acuda a Él de inmediato para pedirle perdón. Después tome su mano y siga adelante con Él. En la oración, usted podrá experimentar el gozo de sentir que sus consoladores brazos lo rodean. En respuesta a sus oraciones, Él lo va a perdonar, le va a dar ánimo, lo va a fortalecer y le va a dar claridad de pensamiento ante los problemas. Y le va a dar su asombrosa paz.

Una de las lecciones más difíciles es la de aprender a escuchar. Es posible que se le haga difícil acallar lo suficiente a los pensamientos que lo distraen, para escuchar la voz de Dios. Una buena forma de comenzar a oírlo hablar es la lectura diaria de las Escrituras. Es una manera excelente de escuchar, y muchas veces tiene por resultado unas respuestas inesperadas a algunas de sus preguntas.

Cuando encuentre a otros que también crean en Jesús, únase con ellos para orar. El hecho de escuchar a otros cuando expresan ante el Señor lo que tienen en el corazón es un gran catalizador para el crecimiento de su propia fe. Muy pronto descubrirá que siente grandes deseos de que lleguen esos momentos de reunión con ellos.

Lo más importante de todo es que recuerde que la oración es una conversación continua con Aquél a quien está aprendiendo a amar y aceptar. Basta con mirar hacia el cielo y sonreírle, o apretar su propia mano como quien sostiene la mano del Señor, para volver a la cercanía que necesita tener con Él en ese momento.
Texto bíblico clave Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias (Filipenses 4:6).
Pensamiento clave Orar es conversar con nuestro maravilloso Señor.

© JOHN D. BECKETT

No hay comentarios:

Publicar un comentario