lunes, 19 de enero de 2009

Diez minutos antes de aterrizar

Eclesiastés 8:8 (DHH)
No hay quien tenga poder sobre la vida, como para retenerla, ni hay tampoco quien tenga poder sobre la muerte. No hay quien escape de esta batalla. Al malvado no lo salvará su maldad.


El capitán D. J. Uys, piloto de un gran avión de propulsión a chorro, tomó el micrófono para comunicarse con el aeropuerto. Se acercaba a la isla de Mauricio y llevaba a bordo 160 pasajeros procedentes de Taiwan. Iba a aterrizar para reponer combustible antes de continuar vuelo a Sudáfrica, pero algo andaba mal en el avión.

En vez de solicitar aeropuerto y esperar confirmación, como es de rigor, anunció desesperadamente: ?¡Hay fuego en la cabina! Trataré de descender??.

Estas fueron sus últimas palabras. Dichas estas, todo quedó en silencio. Poco después el avión cayó al Océano Índico. El capitán Uys, con toda su tripulación y los 160 pasajeros que iban a bordo, perecieron en el accidente. El caso fue más trágico aún cuando se supo que éste era el último vuelo que hacía el capitán antes de retirarse.

Toda muerte prematura nos conmueve porque se supone que cada ser humano debe completar su ciclo normal de vida antes de morir. Pero cuando la muerte prematura ocurren en un accidente, y le ocurre a una persona como a este piloto, que hacía el último viaje antes de jubilarse para descansar, parece que fueran aún más impresionante.

Faltaban apenas diez minutos para que aterrizara normalmente, sólo diez minutos para llegar al puerto con salud y con vida. Pero en ese breve lapso de tiempo, esos escasos diez minutos, el fuego apareció en el avión y no hubo salvación para nadie.

¿Cuántas veces un hombre sale para su trabajo y le da un displicente beso de despedida a su esposa, y resulta que es su último beso? Otras veces un hombre, despreocupado, dice: ?Es mi última farra. Después de esta, no beberé más?. Y esa última copa de licor es la que colma la medida. Es en realidad su última copa, porque muere de un paro respiratorio.

La muerte acecha a la vuelta de cada esquina. Cada día que vivimos puede ser el último día de nuestra vida. Bien dijo el sabio Salomón: ¿No hay quien tenga poder sobre el aliento de vida, como para retenerlo, ni hay quien tenga poder sobre el día de su muerte? Eclesiastés 8:8.

Por eso, porque este día puede ser el último que nos toca, es que hoy, hoy mismo, sin más tardar, debemos reconciliarnos con Dios. Y el único que nos reconcilia es Cristo, el Señor que murió y resucitó y vive para siempre. Démosle hoy nuestra vida a Cristo. Con la paz que Él nos da podremos no sólo vivir sino también morir en paz, pues cuando nos toque a nosotros nuestro último vuelo, Él nos abrirá las puertas del cielo

No hay comentarios:

Publicar un comentario