Romanos 5:7-8 (NVI)
Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.
El misionero Don Richardson pasó varios años frustrantes entre la tribu Sawi de Nueva Guinea. Había llegado desde los Estados Unidos como antropólogo/misionero, esperando llegar con el mensaje cristiano a esta tribu, cuya cultura era casi de la edad de piedra. Pero su mensaje chocaba una y otra vez con las inusuales creencias de esta tribu.
Los valores cristianos de amor y perdón no atraían en nada a los Sawi, puesto que ellos consideraban el engaño como su virtud más alta. No veían razón alguna para cambiar sus costumbres de crueldad y canibalismo. Es más, cuando Richardson les contó la historia de Jesús, hubo solo un incidente que despertó su interés: ¡El relato de la traición de Judas! Para los Sawi, Judas era un verdadero héroe; él había influenciado el círculo íntimo de los discípulos antes de volverse contra Jesús.
Cada vez que Richardson trataba de compartir a Cristo con los Sawi, el intento fracasaba. Finalmente, después de contemplar la decimocuarta sangrienta batalla librada no lejos de su casa, Richardson llegó al fin de su paciencia. ¿Cómo podría él llegar a un pueblo tan violento? Decidió alejarse de Nueva Guinea, a pesar del pedido de los Sawi de que permaneciese.
Precisamente antes de que Richardson partiera, los Sawi y sus enemigos mortales, la tribu de los Haenam, montaron una elaborada ceremonia frente a su casa. Era su esfuerzo final para convencer al misionero de que se quedase.
Toda la aldea se reunió para observar el suceso. Todos estaban en silencio excepto la esposa del jefe de los Sawi. Ella gritó angustiosamente mientras el jefe arrancaba su hijo de seis meses de sus brazos y lo sostenía en el aire. Acto seguido, el jefe llevó a su hijo hasta donde estaba el jefe enemigo y entregó a su hijo en manos de sus enemigos.
Un miembro de la tribu le explicó a Richardson que la tribu Haenam le daría otro nombre al niño y lo criaría como si fuera uno de los suyos.
Richardson sabía que no se podía confiar plenamente en ningún Sawi, dado que cualquier acto podía ser parte de un elaborado engaño. Ero ese día memorable el detectó la única gran excepción: El niño de la paz. La entrega de su hijo a los enemigos por parte del jefe –ese gesto profundo y doloroso, se sobreponía a cualquier sospecha. Por mutuo acuerdo, mientras el "niño de la paz" viviera, no podía haber guerra entre ambas tribus.
Richardson reunió entonces a los miembros de la tribu a su alrededor y, con corazón palpitante y garganta reseca, les habló del "niño de la paz" de Dios. Dios había enviado a su propio hijo, Jesús, a vivir entre enemigos, para hacer la paz con la humanidad. Esta época es una excelente oportunidad para que conozcas al Señor Jesús y le recibas en tu corazón.
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