martes, 20 de enero de 2009

Más vale una exención

Mateo 22:37-29 (RVA)
Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.


Todo siguió un plan perfecto. El joven matrimonio tendría un nuevo hijo: el tercero. Se fijaron en la mejor fecha para la concepción, la madre cuidó adecuadamente de su salud, y en el día preciso en que se aseguraba el embarazo, encargaron el bebé. Pero tenían planeada también otra cosa. Un aborto.

Escogida la clínica, el médico, el día y la hora, el bebé fue abortado. Todo esto lo hicieron Sonja y Olaff Kister, de Oslo, Noruega. ¿La razón de esta "concepción-aborto"?, pagar menos impuestos. Según la ley en Noruega un embarazo permite rebaja en los cargos fiscales. La pareja puede disfrutar una reducción de más de tres mil dólares en su declaración de impuestos. Y solo por ese beneficio se concibe una criatura, sabiendo que se abortará.

Es increíble que existan, tanto individuos como gobiernos, para quienes sea más importante un beneficio fiscal que un ser humano. Apenas treinta años atrás nadie hubiera imaginado tal cosa. Pero ahora se concibe un ser humano, una criatura creada a la imagen de Dios, con el simple propósito de ganar algún beneficio material, y luego, sin el más mínimo sentir de culpa, se aborta.

Hubo quienes criticaron a la pareja, pero cuando les preguntaron por qué abortaron el bebé ellos respondieron: Hay ya demasiados bebés en el mundo. Preferimos ganar algunos dólares en exenciones que pagarlos en criar más hijos.

El siglo veinte, amigo, con sus dos tremendas guerras mundiales, con su terrorismo, su drogadicción, su homosexualidad, sus abortos, ha desvalorizado por completo la vida humana. Más vale una exención de impuestos que una criaturita con alma, con mente, con destino y con eternidad.

Es tiempo que nos preguntemos si la condición de nuestro mundo, el desmoronamiento de la familia, la corrupción en los gobiernos, la depravación de nuestra juventud y el deterioro en general, no será el resultado del quebrantamiento de las normas morales de Dios.

Si toda persona obedeciera fielmente el mandamiento de Cristo: "Amarás a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a sí mismo", habría en el mundo honradez, armonía, respeto y paz.

Regresemos, amigo, a los principios cristianos. Obedezcamos las leyes de Dios, solo así tendremos una vida mejor. El camino que nos muestra Jesucristo es el camino hacia un mundo sano, regresemos a Dios.

Tomado de un mensaje a la conciencia del Hermano Pablo.

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