Romanos 5:10-11 (DHH)
Porque si Dios, cuando todavía éramos sus enemigos, nos reconcilió consigo mismo mediante la muerte de su Hijo, con mayor razón seremos salvados por su vida, ahora que ya estamos reconciliados con él. Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en Dios mediante nuestro Señor Jesucristo, pues por Cristo hemos recibido ahora la reconciliación.
Existe un viejo predicador, habla hoy en día tan fuerte y claramente como nunca. No es un predicador popular; no obstante, el mundo entero es su escenario; habla todos los idiomas existentes bajo el sol; visita a los pobres, pasa por la casa de los ricos; se le encuentra tanto en asilos de pobres como en los grupos más distinguidos de la sociedad. Predica a católicos, cristianos y judíos, a todos los que tienen una religión como a los que no la tienen.
Es elocuente; a menudo, despierta sentimientos como ningún otro predicador podrá hacerlo; llena los ojos de lágrimas de los que no suelen llorar. Se dirige a la inteligencia, a la conciencia y al corazón de su auditorio. Nadie, jamás pudo refutar sus argumentos. Casi todo el mundo lo detesta, pero, pese a ello, hace oír su voz a todos. No es culto ni cortés, a veces interrumpe ceremonias públicas y se presenta de repente en medio de fiestas privadas.
Su nombre es Muerte.
¿Aún no has oído del viejo predicador?, toda lápida le sirve de pulpito. El diario le reserva mucho lugar. A menudo se ve a los súbditos de ese soberano predicador ir y volver del cementerio, e incluso en alguna ocasión hasta es posible que se haya dirigido a usted. La repentina partida de un vecino, la solemne despedida de un apreciado pariente, la perdida de un amigo intimo, el terrible vacío dejado en su corazón cuando su esposa querida le fue quitada, o cuando se vio privado del hijo que usted amaba, todos estos hechos han sido advertencias solemnes de parte del viejo predicador. Un día, dentro de poco o mucho, usted mismo le proporcionará su argumento; en medio de su familia afligida y sobre su tumba, él hará oír su voz.
De corazón vuélvase hacia Dios ahora mismo, para agradecerle que está todavía en la tierra de los vivos y que no ha muerto sin poner en orden su vida y su relación con Él. Usted puede, si así lo desea, librarse de la Biblia, refutar todas sus verdades, hasta le pueden parecer ridículas y sin sentido sus historias, puede menospreciar sus advertencias y rechazar al Salvador de quien ella le habla; usted puede, si quiere, evitar a los predicadores, puede borrar esta mensaje. Pero si usted se aleja de la Palabra de Dios, ¿qué hará con aquel viejo predicador?.
Hace miles de años que este viejo predicador prosigue su camino; la experiencia y todos los historiadores, cristianos o profanos, dan el mismo testimonio con respecto a él, de modo que no es razonable creer que va a cambiar en su vejez. ¿De qué valdrán riquezas y honores, placeres o trabajo cuando el cuerpo vuelva al polvo?. Después de todo, todos tendremos que morir, y todas esas cosas se quedarán en este mundo.
No podemos pensar en la muerte sin ser conducidos a decir: hay algo terriblemente anormal con el ser humano. ¿Por qué?, ¿Será acaso por azar que un ser dotado de tan grandes capacidades debe acabar de un modo tan triste?. Hay una única respuesta que el viejo predicador no dejará de recordar: "El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte". La caída del hombre no es un simple dogma teológico, es una espantosa realidad. El pecado no es sólo un término horrendo que se halla en la Biblia, es una negra realidad cuya presencia condena al mundo y cuyos estragos no tienen límite. Basta ver la situación actual del mundo, muerte y más muerte, bombas en lugares públicos que provocan la muerte a decenas de personas, aviones que se estrellan contra edificios solo por ver quién es más poderoso, secuestros, matanzas, y la lista sigue "La muerte pasa a todos los hombres, por cuanto todos pecaron". La sentencia de muerte ha sido pronunciada, un hombre inocente puede exigir que se le haga justicia, pero para un culpable lo justo es el castigo.
Desde la caída del hombre fue anunciado un libertador: el Hijo de Dios que murió en la cruz. Nunca habló el viejo predicador de una manera tan solemne y elocuente como en el Calvario.
Cristo, quien no había conocido el pecado, al ser hecho pecado por nosotros, padeció la muerte como paga del pecado. Ahora, "todo aquel que tiene al Hijo tiene la vida, el que no tiene al Hijo no tiene la vida".
Si morimos sin aceptar esta verdad no habrá salida, pero aún así Dios nos ama y entregó a su amado Hijo, Jesucristo, para evitarnos ese terrible final. El nos ofrece la vida eterna, pues Cristo murió para adquirirla para nosotros.
Yo he decidido aceptar este regalo de parte de Dios, ¿Lo aceptas tú?. Hazlo y de ese modo podrá enfrentarse con valor a aquel momento en el que se encuentre cara a cara con el viejo predicador.
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